Para empezar…
Por (In)contable Dispersión
En un mundo donde la lógica del Capital se expande por doquier, vivir se ha vuelto una suerte de «crónica de una muerte anunciada». No se trata de una metáfora: es la constatación de que la existencia, asimilada al circuito de valorización del Capital, se despliega ahora bajo el signo del tiempo que resta. Nuestros cuerpos, deseos y afectos son apenas residuos, restos de una maquinaria que exige de los sujetos su incondicional rendimiento. Esta forma de vida capitalista —naturalizada como la única posible— ha suturado nuestra identidad a los imperativos del trabajo abstracto, el consumo compulsivo y la moral de la deuda. Este modo de organizar la existencia opera como una clausura de toda exterioridad; se nos dice: no hay afuera. Y si lo hay —como ilustra Saramago en La caverna—, ese afuera aparece como un mundo condenado a la aridez, la violencia y el olvido; en últimas, el reverso de El Centro, síntesis de la espacialización del Capital, que impone su orden ecuménico sobre la totalidad de lo existente. Al hacer explícita esta condición, reconocemos nuestra adecuación a esa forma de vida sin renunciar a la posibilidad de señalar que aquello presentado como fundamento último que justificaría su clausura definitiva no es necesario, sino contingente. No hay sujeto ni orden social necesario que nos condene a persistir en esta forma de vida.
Si asumimos esta apertura radical —tal como nos enseñaron Laclau y Mouffe—, la crítica deja de ser una simple denuncia moral o un proyecto de gestión más humana del capitalismo, como suele proponerse desde cierta academia a-dic-ta a organizar congresos. Para empezar, es preciso des-identificarnos: interrumpir esa fusión entre yo y mercancía, entre biografía y currículum, entre deseo y algoritmo. Esta desidentificación, lejos de ser nihilista, es afirmativa: abre la posibilidad de imaginar otras formas de organización de la vida, menos como utopías trascendentes y más como prácticas inmanentes orientadas a dislocar los semblantes de la normalidad capitalista. Allí donde el Capital pretende clausurar el cambio con la perturbadora insistencia de lo mismo, reintroducir la contingencia de lo social nos recuerda que la historia está siempre por hacerse. Y si algo se inscribe como enseñanza en medio del colapso en curso, es que el tiempo de esperar ha concluido: la tarea es aquí y ahora, desacoplarnos de las adhesiones a la vida que nos fue impuesta y comenzar a tramar otras posibles.
La imagen fue seleccionada por les editores del blog. Fuente: Foto de Daniel Sarmiento en Pexels.