La normalización del terror

 

La normalización del terror*

 

Por Natalia Escobar Váquiro

 

Nos acostamos a dormir. Me duele el estómago como todas las noches. Mi estómago me protege porque sabe que es la mejor alarma. Antes podía dormir hasta 10 horas seguidas sin despertarme ni una sola vez, ahora aprendí que es mejor no. Él puede despertarme a cualquier hora para hacerme un reclamo. Que me olvidé de descolgar la toalla que va a usar por la mañana; que no acomodé la camisa que se va a poner al día siguiente; que le pareció verme en la calle con un hombre aunque al final no era yo, pero entonces le pareció que sí podría ser yo, así que necesita que le cuente mi día entero; que quiere que lo acompañe porque no puede dormir; que no recordé recordarle que llame a su mamá que está enferma. Él puede levantarme a las 10, a las 11, a las 12, a la 1, a las 2, a las 3, a las 4 que es su preferida, a las 5, en fin, en cualquier momento. Por eso mi estómago aprendió a anticiparse y me despierta ante el más mínimo movimiento de él, me da un pinchazo que me deja seca. Entonces recuerdo que debo contener la respiración, y ya estoy preparada. En realidad, nunca pasa nada muy malo, pero siempre termino llorando y sin dormir y él siempre termina durmiendo lo que resta de la noche y dejándome de hablar por un par de días. Esos días trato de pasar lo más desapercibida posible, incluso evito siquiera respirar. Él dice que me despierta porque me necesita, en el fondo sé que me despierta porque simplemente no le gusta que yo descanse.

Me recogió al medio día en el trabajo para invitarme a almorzar. Cuando lo vi solo pude contener la respiración. He aprendido que esa es la única reacción que él no percibe y por tanto la única que me puedo permitir. Tenía un almuerzo planeado con Luciana y él lo sabía, pero me dice que con ella puedo ir cuando quiera, mientras que su tiempo es muy limitado. Le cancelo a ella y voy con él. Sé que si no voy tal vez no me hable en un par de días. Ella en cambio no me va a dejar de hablar, tal vez vuelva a aceptar mi invitación; tendrá un almuerzo con otra amiga, porque sabe que otra vez no iré con ella.

Fuimos al único restaurante cerca de mi trabajo al que aún no me apena ir. Aún no sé cuál es el menú que ofrecen en ese restaurante porque empecé a ir recientemente. Él me explica que debo ser más previsiva y que ya debería haberle tomado una foto al menú porque él con sus alergias (ahora que lo pienso estoy casi segura de que eran inventadas), pues el listado de comidas que no le gustan exige tomar decisiones anticipadas. Sostengo la respiración casi hasta el desmayo, de hecho, deseando un desmayo. Llegamos al restaurante y solo puedo rogar en mis adentros que nos atienda la mesera y no el mesero, porque si bien es muy probable que se pelee con cualquiera que nos atienda, con ella al menos no se irá a los golpes y solo la tratará condescendientemente como cuando se regaña a una niña chiquita que no entendió una instrucción. La mesera se acerca y él le explica que quiere su ensalada sin vinagreta; después de escucharle y anotar todo en su libreta, se retira. Sigo aguantando la respiración y escucho atentamente todo lo que él tendrá para decirle a la dueña del restaurante si la mesera osa equivocarse. La mesera trae su ensalada sin vinagreta, tal vez ella sabía que ese gesto era el que yo necesitaba para poder respirar de nuevo.

Regresé a casa temprano para tener todo listo. Preparo la comida y arreglo las cosas del día siguiente. Él está tardando más de la cuenta. Le llamo al celular, pero no responde, le dejo mensajes, pero no los lee. Espero pacientemente. Él llega a las 9 de la noche con evidente enojo, le pregunto cómo estuvo su día, solo me dice que bien y frunce el ceño. Le pregunto que por qué la tardanza y me dice que tuvo un problema en el trabajo que no había podido solucionar. Se encierra en el estudio y le pregunto desde afuera si quiere que le lleve de comer, entre dientes me responde que sí. Toco la puerta del estudio con la comida en la mano, me abre apenas unos centímetros y le vuelvo a preguntar sobre su problema. Me responde con un grito diciéndome que no lo entendería y que lo deje tranquilo, que solo estaba trabajando y no haciendo nada malo como irse de putas. Contengo la respiración mientras grita y pienso en los vecinos y lo que deben pensar de mí y en lo mucho que desearía desvanecerme por la falta de oxígeno.

Vamos a celebrar nuestro aniversario. En el restaurante hay música en vivo y él decide comprar media de aguardiente para los dos. En realidad, hace mucho que no tomo porque mi estómago ya no tolera ni una cerveza (tal vez si la tolera, pero ¿podría yo sobrevivir sin la alarma del pinchazo que me avisa que debo dejar de respirar?). Él se toma casi toda la caneca mientras disfruta de la banda y canta todas las canciones. Aplaude y grita efusivamente. Desde las otras mesas nos miran con sorpresa, con angustia, con sentimiento de pena ajena. Contengo la respiración y deseo morir inmediatamente de vergüenza, pero al final nunca me muero.

Nos fuimos en el carro porque él insiste en que regresarnos en taxi es muy peligroso en esta ciudad de paseos millonarios. No me deja manejar porque a esta hora es más probable que nos roben si es una mujer la que maneja. Atraviesa la ciudad por la parte más peligrosa porque es la más rápida, aunque prefiero, y él lo sabe, la otra ruta, en la que sí puedo respirar. Se nos atraviesa un habitante de calle con un perro. Frena en seco, por poco atropella al perro. Aunque trato de limitarme a contener la respiración mi cuerpo me traiciona y reacciona al casi estrellón. Él se enoja y me grita que si me parece más importante la vida de un perro chandoso que la de él. Detiene el vehículo y me pregunta que si me gustaría bajarme a hacerle compañía al sarnoso ese y al dueño con el que seguro me gustaría terminar follando. Se me salen dos lágrimas. Él se ríe y me dice que es molestando y seguimos el camino mientras trato de contener la respiración. Aún sigo sin poder morirme.

Me levanto enferma. Tal vez por tantos días sin dormir una noche entera, o por intentar comer cada vez menos para evitar el comentario de que cada día parece que comiera más, se me han bajado las defensas. Era un día importante en el trabajo, pero no puedo ir porque realmente no puedo sostenerme. Hago una consulta médica virtual y me dan incapacidad de dos días. Agradezco a la vida por mandarme esa enfermedad, es la oportunidad perfecta para dormir lo que no he dormido en meses. A pesar del malestar me levanto y preparo el desayuno, ya sé que él podría prepararlo para los dos, pero no quiero soportar la mala cara que hace cuando tiene que cocinar, antes preferiría morir incinerada delante de la estufa. Él se va para el trabajo. Por fin sola, y gracias a la excusa médica, me dedico a descansar. Al término del segundo día laboral él ya está en casa, me dice que me quiere cuidar y acompañar. Siento algo de tranquilidad, quizás porque advierto algunos rasgos de ese hombre del que me enamoré años atrás. Entra un mensaje de texto al celular, es de un compañero de trabajo con el que estamos trabajando en un proyecto hace meses, me dice que espera que me recupere pronto y que he hecho mucha falta en el proyecto. Él, que siempre dice que hay que respetar la intimidad del otro, pero yo sé que eso es solo una excusa para que yo no me meta en sus asuntos, agarra mi celular y lee el mensaje. Se para muy enojado y me pregunta que quién es mi mozo, que si a mí también me hace mucha falta. Solo contengo la respiración. Empieza a gritar y se encierra en el baño con mi celular. Asumo que está enviando un mensaje de voz con un grito diciéndole – malparido no le volvás a escribir a mi mujer, y si tanto la extrañás pues llevátela a vivir para que veas lo puta que es. De pie junto a la puerta del baño contengo la respiración, me corren un par de lágrimas por la cara, pero solo puedo estar ahí inmóvil. Sale del baño y hace el gesto de regresarme el celular, estiro la mano y decide levantar su mano y azotarlo contra la pared pasando muy cerca de mi cara. El celular estalla en pedazos. Él se encierra en el estudio y yo no puedo dormir ni respirar en toda la noche. Al día siguiente después de desayunar se despide de mí, me da un beso en la boca y me dice que por la tarde me trae mi teléfono nuevo que al final ese ya estaba viejo. Cierra la puerta y ya puedo soltar la respiración.

En su trabajo cada mes una de las casas del grupo de directivos es elegida para hacer una reunión con las familias de los del parche. Esta vez le tocó a la mía y por semanas estuve mirando recetas y ensayando preparaciones. Al final él decide que lo mejor es que pidamos a un restaurante que sirven lo que a él le gusta, no sea que yo la cague y arruine la noche. Desde el día anterior limpio la casa, repaso los tiempos para servir comida, licor, pasabocas y me aseguro de que todo esté en el momento exacto. Llega el día de la velada y los primeros invitados llegan a las 8 pm; los recibo con sus respectivos pasabocas y pasan al salón principal. A eso de las 11 de la noche ya todos han cenado, han bebido y están riendo y bailando. Él desde hace mucho decidió que no baila conmigo porque alguna vez le conté que una de las cosas que más disfrutaba hacer en la adolescencia era bailar con mis amigos y a él le pareció que esa es una actividad para personas que no han encontrado el amor, pero que una persona enamorada de verdad ya no necesita bailar. Uno de sus colegas, Mauricio, decide sacarme a bailar. Me debatía entre hacerle el desplante y no bailar en toda la noche y bailar, pero correr el riesgo de su enojo. En ese momento pensé, bueno son sus colegas y amigos no podría enojarse con un acto de cortesía de uno de ellos. Bailé con su amigo media canción y él evidentemente muy alicorado se acerca con una botella y le pregunta a Mauricio – querés un trago. Mauricio lo acepta mientras baila conmigo. Él no se va, está ahí parado mirándonos fijamente de manera que incomoda. Mauricio para y le pregunta que si le sucede algo. Él grita – venís a mi casa a comerte mi comida, a tomarte mi licor y además de todo te querés comer a mi mujer, qué estás esperando para agarrarle el culo. Mientras tanto me agarra de la falda y la intenta subir para que todos me vean la parte baja del cuerpo desnuda. Solo tomo una bocanada de aire y trato de desaparecer. Mauricio levanta las manos y le dice que no quiere problemas, que está muy borracho, se acerca Francisco, el jefe, y le dice que se tranquilice, a lo que contesta – es que vos también te querés coger a mi mujer. Catalina, una de las esposas presente apaga la música. Me agarra la mano y me dice que me encierre en la habitación. Haciendo caso, camino a la habitación avergonzada. Francisco, que asume su rol de jefe, solo encuentra viable decir en voz alta – se acabó la fiesta. Es mejor que nos vamos ya. Todos toman sus abrigos y salen del apartamento. Entretanto él se queda en la sala escuchando música a todo volumen con una botella en la mano hasta que se desmaya de sueño y borrachera. En el cuarto sigo despierta, inmóvil y a la espera del amanecer para ver si he de respirar de nuevo.

Por la noche volvemos a dormir juntos. Espero que mi estómago me despierte a tiempo y me recuerde que, si aprendo a contener la respiración el tiempo suficiente, tal vez algún día no vuelva a despertarme.

 


*Nota editorial: El equipo editorial del Blog Incontable Dispersión, con motivo del Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, invita a sus lectores a reflexionar sobre las violencias basadas en género, un fenómeno lamentablemente persistente y devastador. Las situaciones retratadas en “La normalización del terror” muestran lo que muchas mujeres enfrentan. Plasmar la crudeza y la omnipresencia de estas situaciones busca generar una conciencia crítica en torno a la impotencia que sienten quienes sufren en silencio. La impotencia y el aislamiento son comunes denominadores en estas experiencias, donde las estructuras sociales y personales muchas veces fallan en proveer el necesario apoyo y comprensión. Al recrear estas realidades, el relato de Natalia Escobar nos invita a cuestionar nuestras propias percepciones y a considerar nuestro papel en la eliminación de este tipo de violencias.

La imagen fue creada por les editores con Dall-E.

1 pensamientos sobre “La normalización del terror

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

es_MXSpanish