Hoy, en Un homenajear les compartimos algunos fragmentos de la entrevista que le hizo Ana Cacopardo a Elena Poniatowska, periodista y escritora, en su querido México.
La conversación completa está disponible en YouTube. Como saben, nuestros homenajes no son transcripciones exactas ni completas: nos quedamos con aquello que no conocíamos, o que nos sobrecoge, nos divierte o invita a leer.
“Veo el cielo gris e imagino el tuyo bárbaramente azul como me lo describiste. Espero contemplarlo algún día y entre tanto te envío todo el azul de que soy capaz (…)”. Esperamos que nos acompañen a sus letras.
Gracias Juan Caicedo por la bella ilustración.
Ana
¿Cómo es este momento de la vida de mucho reconocimiento hacia su trabajo? ¿cuáles son las cosas que le importan? O, lo decimos de otra manera, ¿cuáles son las cosas que ya no le preocupan?
Elena
Lo que puedo decir es que muchas veces pienso que ojalá y ahora pudiera empezar otra vida para cambiar totalmente; borrar los años antes o de repente como morirme sin morirme y revivir y ser otra persona, ser la Elena de, por ejemplo, 30 años o de 25 con todo lo que ahora sé, porque creo que todo lo haría mucho mejor. Yo le dije una vez eso a Juan Soriano y me dijo no, ni te preocupes, porque todo lo harías peor. Uno siempre se hace la ilusión de un regreso, quisiera resucitar, pero no se puede. Entonces es una época de fin, de cierre, de dejar todo en orden de para que mis hijos no digan ¡ay mi mamá! mira el desorden tan horrible, el relajo decimos en México.
Ana
Pero no se la ve cerrando, se la ve en plena actividad, con muchos proyectos…
Elena
Claro, tengo proyectos e incluso pienso que ojalá me alcance el tiempo. Estoy llena de proyectos, de compromisos de trabajo, pero de todos modos sí sé que es un cierre.
Ana
Usted tiene un libro emblemático, Fuerte es el silencio, un libro que cuenta esas historias que nadie escucha o que están en las páginas rojas de los diarios. Me preguntaba si, en este México de hoy, ¿usted siente que hay escucha social para testimonios como las madres de los migrantes desaparecidos, si hay escucha social para los familiares o para las madres de las mujeres asesinadas en Juárez, o siente que la sociedad mexicana prefiere mirar para otro lado?
Elena
Usted me hablaba de las páginas de los diarios… Ahora lo que se puede decir es que ya se habla, ya no es que haya una página roja en los diarios. Cuando yo me inicié en el periodismo en 1950 se decía que el periódico que denunciaba la miseria, la pobreza, estaba haciéndole daño al país, que era algo que se tenía que esconder. Recuerdo que tanto Juan Rulfo como Carlos Fuentes fueron sensores de películas y si un perro flaco atravesaba el escenario decían ¡corte, corte! este perro denigra a México, y sacaban al pobre perro a escobazos o a patadas y seguían con la película, y ellos no tenían nada que hacer más que eso. Todo lo que denigrara, cualquier imagen peyorativa de México, era censurada. En los periódicos te decían que no entristecieras al lector. Yo creo que si hay una censura y, aunque no haya censura, si se dice todo y se publica todo no sucede nada, es una impunidad total. Si tú eres un político encumbrado puedes decir que mataste a tu mamá y te la comiste en mole negro y no importa nada, incluso puede que te feliciten y te digan ¿a qué te sabía tu mamá?
Ana
Cuando cumple con el ritual que corresponde en el premio Cervantes, en el cual se deja un legado en el instituto Cervantino, usted elige dejar las dos ediciones de La noche de Tlatelolco, la primera y la última, y deja también una pulsera con el nombre de su padre.
Elena
Él tenía una pulsera de esas de latón con su nombre en caso de que muriera en el campo de batalla, levantaran su brazo, vieran su muñeca y lo reconocieran por su nombre. Yo también quise dejar ahí la cuchara de palo con la que comía en la cárcel en Jaca donde estuvo creo que dos meses antes de poder pasar a África a alcanzar al general de Gaulle, pero no la encontré, la busqué como enloquecida, sintiéndome además muy culpable porque quise dejar eso, pero finalmente dejé su pulsera como un tributo a sus años de soldado, a su valentía y a lo que hizo por mi hermana Kitzia, mi hermanito Jan y por mí.
Ana
La socialización suya fue muy femenina, rodeada de mujeres por el lado de las tías Amor que eran las hermanas de su mamá, y también las señoras que la cuidaban.
Elena
Sí, era una vida en la que el papel más importante lo jugó siempre mi abuela.
Ana
Y hay otra figura de esas que no se olvidan, que es parte de la familia, su nana Magda. Ayer decía que fueron, además, las mujeres que le enseñaron a hablar español.
Elena
Sí y además me regaló un país. Mi madre también nos regaló un país nuevo a mi hermana y a mí, pero Magda, sobre todo en mi caso, me dio una imagen de un país para mí muy entrañable. El más entrañable de los Méxicos es el regalo de Magda porque ella me contaba cómo caminaba con un haz de leña sobre los hombros siguiendo a su papá también cargado, ella descalza, su padre descalzo, y que iban a vender esa leña, y que él jamás volvía la cabeza a ver si ella lo estaba siguiendo: él estaba absolutamente persuadido de que ella no se iba a perder. Entonces era una niña que sufrió y que finalmente, porque en la plaza pública, en un zócalo vio un novio con otra mujer, se decepcionó y se vino a México a trabajar en una casa, que era la posibilidad de las mujeres en el campo: venir a trabajar a una casa. También lo mismo ha sucedido en Perú, venir a trabajar a una casa y que su suerte dependiera de una patrona que ojalá y fuera buena.
Ana
El testimonio de Rigoberta Menchú se titula “Cómo me nació la conciencia”. Si yo tuviera que devolverle esta pregunta a usted, Elena, ¿cómo le fue naciendo la conciencia política en este México que fue aprendiendo a conocer y cuánto tuvo que ver el periodismo en eso?
Elena
Bueno, tuvo muchísimo que ver el periodismo porque tuvo mucho que ver caminar por las calles de México, que es el mejor aprendizaje para ver cómo viven los demás y para saber quizá más o menos de qué viven, y eso ha durado toda la vida. Yo todavía camino, me hace mucho bien, me gusta mucho y camino con el perro, vamos en la mañana y nos hacemos de muchas amistades allí, incluso de un señor que escoge el parque como dormitorio. Ese mundo era tan distinto al mío que me dio muchísima curiosidad, me dio muchas sorpresas, pues yo creo que me abrió las puertas de la percepción, así como las drogas les abren unos viajes sensacionales a quienes las toman, esa fue mi droga, era gente muy distinta. Yo podía prever lo que me dirían mis amigas o lo que diría la gente en torno a mí, la gente de mi clase social, pero esto era absolutamente inesperado. Un gran regalo que me dio la vida: caminar. Y sin el periodismo nunca me hubiera acercado a eso.
Ana
¿Me cuenta quién es Josefina?
Elena
Es a quien yo le puse Jesusa Palancares para la novela Hasta no verte Jesús mío. Ella me contó su vida, fue soldadera de la revolución; era un ser humano absolutamente excepcional. Yo le preguntaba “oiga Jesusa y ¿cómo era su papá?” porque su mamá murió y su gran adoración era su padre, y me decía “pues no era ni alto ni chaparro, ni gordo ni flaco, una cosa así apopochadita”, entonces era un lenguaje muy bonito. Yo quise rendirle un homenaje, pero sobre todo lo que es más importante para mí fue el gran aprendizaje, es un ser humano al que, al igual que mi madre, siempre recurro y pienso qué haría Josefina en este caso, como lo haría, qué diría, igual que muchas veces pienso en qué haría mi mamá, pero también pienso mucho en ella porque ella era una mujer sumamente emprendedora.
Ana
Además fue reivindicar las soldaderas que son como el eslabón del que nunca se habla; digo, los grandes relatos de la revolución mexicana no se ocupan de las soldaderas.
Elena
Bueno, sí se ocupó Nellie Campobello que hizo Cartucho una novela buenísima y Las manos de mamá que son dos textos absolutamente extraordinarios, pero en general sí eran las grandes olvidadas; las llamaban galletas de capitán, colchón de tripas de capitán; sin ellas hubieran desertado los soldados porque ellas tenían sus hijos en las trincheras, hacían su comida, se robaban las gallinas y al final cuando ellos morían, como Jesusa cuando Pedro Aguilar, su marido, simplemente se cayó del caballo ella tomó su Mauser y siguió batallando y fue a dar hasta EEUU, a Marfa, donde la hicieron presa. Entonces las soldaderas eran extraordinarias, eran unas heroínas.
Ana
Y hablar de Hasta no verte Jesús mío significa pensar en el valor del testimonio; el testimonio está en el centro de su obra literaria. Yo creo que usted ha ensayado todos los cruces y diálogos posibles entre la ficción y el testimonio, entonces vuelvo a esto ¿cuál es para usted el valor del testimonio? ¿cómo fue adentrándose en el testimonio como esta herramienta tan formidable?
Elena
Pues empecé haciendo entrevistas y luego pasé a la crónica y pasé a entrevistas más largas. Se podría decir que la novela Hasta no verte Jesús mío es una larguísima entrevista con Jesusa Palancares que me cuenta su vida, entonces tuve ese enorme privilegio. Y creo que a lo largo del tiempo se puede decir que siempre pregunto, estoy llena de preguntas porque nunca he tenido una respuesta, entonces me paso toda la vida haciéndole pequeñas entrevistas a la gente. Soy un ser humano lleno de preguntas, entonces yo siempre pregunto.
Ana
Elena y la noche de Tlatelolco, la masacre de Tlatelolco también fue en su conciencia política un punto muy significativo…
Elena
Fue muy doloroso ver que mataran a jóvenes porque matar un muchacho es matar la esperanza. Entonces yo empecé a recoger todos los testimonios y en ese mismo año de 1968, pero no el 2 de octubre sino en diciembre murió mi hermano Jan a los 21 años en un accidente automovilístico, y eso yo creo que acendró mi deseo de rendirle tributos a los jóvenes.
Ana
El montaje de La noche de Tlatelolco es formidable, pero es un trabajo enorme y es una palabra cinematográfica que le viene bien en la estructura del libro.
Elena
El montaje es, un poco, el resultado de la emoción porque tenía entrevistas muy largas, entonces yo escogía lo que más me golpeaba a mí o lo que más me gustaba a mí, era totalmente personal sobre los testimonios que yo había hecho. Son las voces de todos los participantes y también es muy importante la voz de las mujeres, las madres de familia y había además españolas extraordinarias muy valientes que habían vivido la guerra civil de España y que iban a la Cámara de diputados a protestar y que se la jugaban.
Ana
Cuando publica el libro, usted recibe amenazas. Fue un momento duro…
Elena
Yo tengo una capacidad de inconsciencia muy grande, así que yo creo que el momento duro fue para los estudiantes, los encarcelados; yo no puedo hablar de ningún momento duro para mí porque sería arrogarme algo que no me pertenece y sería totalmente injusto con los que de veras sufrieron, incluso fueron exiliados, se fueron a Chile. A ellos sí el 68 les partió la vida en dos.
Ana
Curiosa y paradójicamente quisieron premiar el libro, un premio que otorga el Estado y usted lo rechazó.
Elena
Sí, me dijeron que me iban a dar el premio Xavier Villaurrutia que es muy cotizado porque es un premio de escritores para escritores, pero sólo con decírmelo yo ya sentí ¡Ay no, no por favor! e hice una carta y dije ¿quién va a premiar a los muertos?
Ana
Y usted siempre ha escrito, Elena, sobre el lugar de la mujer en la cultura, en la política, sobre las mujeres de abajo. A usted como le fue con esto de los mandatos de las mujeres y más una mujer de su generación: buenas esposas, madres, y además en su caso escribía no solo en el periodismo, sino que hacía novelas, ¿cómo fue su propia experiencia en esto de romper moldes?
Elena
Pues yo no creo que haya roto muchos moldes, no me siento nada así. Yo siento que lo que hice y que todavía siento que hago es trabajar un poco como una enajenada o como una ardilla que está comiendo una nuez duro y duro duro y dale dale dale dale, y un poco tontamente, un poco obsesivamente y lo sigo haciendo. A veces digo ¿para qué estoy haciendo todo esto? ¿hacia dónde voy? Mi madre siempre me decía bájale bájale bájale. Yo creo que soy una especie de pues no sé, como que siento que lo que me puede salvar es escribir a máquina porque me pasa algo malo y voy con la máquina, estoy nerviosa y voy con la máquina… Mi hija dice que lo que más le arrulla es el sonido de una máquina de escribir. Y un poco sin sentido además, sin producir nada que digas ¡ay qué padre, qué bonito lo que salió! Un poco como que la máquina de escribir acaba siendo tu psicoanálisis, tu razón de vida, tu respeto por ti misma. Antes era una máquina, ahora es la computadora, pero sí es como el pozo casi sin fondo en el que te avientas.