Carolina Sanín


Como parte de su apuesta por transformar la lectura y la educación en los colegios, la organización MakeMake invitó a Carolina Sanín a un foro virtual para que reflexionara sobre por qué leer los clásicos de la literatura. La escritora se refirió a la manera en que estos libros, atemporales y supraculturales, nos hablan de nosotres mismes, de la vida y de nuestra naturaleza como seres humanos.

Les presentamos aquí algunos fragmentos destacados de su exposición. Pueden acceder a la charla completa en YouTube.

Una vez más, agradecemos a Juan Caicedo por la bella ilustración que acompaña.

Bienvenides.


 

¿Por qué leer los clásicos de la literatura?

 

¿Qué entienden por clásicos? Y ese nombre, a veces, pues resulta un poco desorientador, pero también antipático, ¿no? Y también equívoco, porque nos hace creer que estamos hablando de cosas viejas. «¿Por qué leer cosas que ya no son relevantes?» Parecería que dijera eso, cuando, precisamente lo que dice es: «¿Por qué leer cosas que han durado tanto?» Y si han durado tanto es porque siempre son relevantes. Casi que en vez de llamarlos libros clásicos… ¿Cómo podríamos llamarlos? Libros que han durado mucho o algo así más descriptivo. Solemos pensar, también equivocadamente, y se piensa en esto a menudo en la Academia, incluso en los colegios, etcétera, que hay que leer estos libros, y por estos libros vamos a mencionar algunos; vamos a mencionar, no sé, a Homero —sus dos grandes poemas que son La Ilíada y La Odisea— o los libros de Cervantes; vamos a mencionar Las mil y una noches, que es de una autora anónima, o algunos como Pinocho, por ejemplo, que es un libro que me interesa mucho y al que vamos a referirnos luego.

Pero bueno, decía: ¿cómo referirnos a estos libros y cómo estudiarlos? Y decía que a menudo en la Academia (universidades) y en los colegios se tiene la idea de que hay que estudiar el contexto en el que fueron escritos estos libros, y por contexto entienden las circunstancias históricas o el momento histórico y los países, los lugares en los que fueron escritos, y yo creo que este es el error básico para empezar a tergiversar la comprensión de estos libros y empezar a impedir la comunicación de estos libros con sus lectores. No hay que saber absolutamente nada acerca de la Grecia Antigua, ni siquiera dónde está, para entender y leer La Odisea, y no hay que saber nada de los califatos musulmanes de la Edad Media para leer Las mil y una noches. Y no es que esté mal saber cosas, desde luego, sino que hay que saber que precisamente estos libros fueron escritos por fuera del tiempo y que no tienen méritos por ser de su época. Una de las actitudes que a mí, en general, más me impacienta es esa especie de condescendencia con respecto al pasado o de superioridad con respecto al pasado que es simplemente muy ingenua, que hace que la gente diga cosas como, no sé, «es que hay que tener en cuenta que era alguien de su época y por eso escribe así».

Primero que todo, desde que escribimos y publicamos libros y los libros se dan a conocer no ha pasado tanto tiempo, y creer que ha pasado mucho tiempo, pues es un poco miope y, por otra parte, somos el mismo hombre, las mismas personas que escribieron esos libros, el ser humano no ha cambiado tanto. Entonces la primera cosa que yo sugeriría para leer los libros escritos hace tiempo (estoy tratando de no usar la palabra clásicos) es esa: desatender el contexto, realmente pensar que no importa dónde ni cuándo fueron escritos y que han durado porque, así como fueron escritos por fuera del tiempo, también fueron escritos por fuera del lugar. Eso no quiere decir que los lugares y los momentos en los que está inscrita una obra literaria no incidan y no influyan en lo que está escrito en esa obra literaria. Muy por el contrario, esas obras llevan, muy específicamente, el espíritu de un momento y el espíritu de todos los momentos anteriores a ese momento que, de pronto, se condensan en esa obra. Y eso nos lleva a otro tema y es: ¿quién escribe las obras literarias? Tampoco es importante. Así como el contexto histórico/geográfico es secundario —puede ser interesante porque, como les digo, las obras cargan con el espíritu del momento y del lugar y con el espíritu de una tradición que las anima—, asimismo tampoco es muy importante quién las escribió, y concentrarse en un autor, en los datos de un autor o —mucho menos— en las anécdotas sobre un autor, es otra receta para el fracaso de la lectura de los clásicos. No importa para nada, realmente, todo ese anecdotario que se construye alrededor del autor de un libro. Hay, desde luego, datos de la biografía de un autor que pueden iluminar eventualmente, en un momento dado, la lectura de alguna obra, pero, solamente si iluminan algún punto de la lectura de la obra no es interesante per se a quién conoció o a quién no conoció un autor o quién lo leyó después… Toda esta cosa de la influencia de un hombre en otro hombre es una lectura totalmente patriarcal, es una genealogía, como las genealogías que se establecen en la Biblia, ¿no? De: un hombre engendró a otro hombre-engendró a otro hombre-engendró a otro hombre. Esas son las mismas genealogías de la influencia de unos autores en otros. No que no tengan algo verdadero, ni que no guarden a veces alguna clave de la composición de una obra, pero no es lo que más nos interesa y, desde luego, no es aquello por lo que duran estas obras. Estas obras duran mucho porque son acerca de todos los hombres y de todas las mujeres, porque son acerca del ser humano. Porque Pinocho no es un libro sobre un muñeco de madera que quería ser un niño, sino que es un libro acerca de cómo somos, cada uno de nosotros, muñecos de madera que quieren ser un ser humano y cómo nuestra vida es el intento por construir unas resistencias y un gobierno propio que nos lleve a crecer. Crecer es pasar de ser un muñeco a un ser humano, es animarse, es llenarse de alma y también llenar la propia carne.

Voy a estar hablando de varias obras así muy someramente, porque tampoco se trata de que hable muchas horas, pero podemos empezar por La Odisea, que es un libro que enseño desde hace mucho tiempo y que trata, como ustedes tal vez sepan, del regreso de un guerrero a su casa. En su viaje de regreso a su casa, naufraga varias veces, tiene distracciones, corre peligros, vive aventuras y logra, finalmente, llegar a su casa siendo un hombre mucho más viejo, disfrazado de otro hombre —disfrazado de mendigo— para, en su casa, matar a todos los pretendientes que han estado comiéndose su hacienda y cortejando a su mujer y presionándola para que se case con ellos. Después de esa gran matanza, se reencuentra con su esposa y puede vivir en su hogar natal que es Ítaca, luego de 20 años de haberse ido de esa casa y de haber librado la guerra en la guerra de Troya y haberla ganado, y luego de haber estado naufragando en el mar.

La historia de La Odisea no es interesante porque nos dé pistas sobre que tal vez existió una civilización de una manera u otra. Es interesante porque nos habla de qué es reunirse consigo mismo, de cómo cada naufragio, y salir del mar cada vez, es un nuevo nacimiento. Ni siquiera nos habla solo de nuestra vida, sino tal vez de nuestras vidas y nuestras sucesivas encarnaciones. Porque Odiseo eres tú, si no fueras tú, no tendría absolutamente ningún interés para ti leer La Odisea, ¿sabes? ¿Cuál es el reencuentro entre Odiseo y Penélope? Sí, habla sobre las relaciones entre las mujeres y los hombres, sobre el matrimonio, sobre la construcción de una economía familiar, sobre qué es la domesticidad. Pero habla también sobre la reunión de uno con uno mismo, quién dentro de ti es Penélope y quién dentro de ti es Odiseo y en qué momentos eres el cíclope que se devoró a uno de los compañeros de Odiseo y en qué momentos en tu vida hay sirenas que, si te pones a oírlas sin retenerte a ti mismo, pueden hacer que te olvides hacia dónde vas, ¿ves? Entonces, de alguna manera, todas las obras literarias son fábulas. Es como la dimensión fabulística o, si quieren, la dimensión alegórica, de todas las obras literarias. Lo mismo, por ejemplo, todos los libros de la Biblia, realmente… Independientemente de para qué sean usados, de su uso ritual o de su uso académico o de sus distintos usos. Porque los demás son solo usos, en realidad, pero lo que todas estas obras están transmitiéndote es una psicología, es un estudio de ti mismo. Todo lo que pasa, por ejemplo, en un gran poema épico o en una novela, pasa dentro de ti, y los personajes no son solamente tipos de personas. El Quijote no es un tipo de persona que es un idealista o que quiere volverse otro o que es un delirante. Es que ese tipo de personas coexisten dentro de ti con Sancho Panza. Entonces el valor de esas obras, digo, es hacer un mapa de tu propio ánimo, un mapa de tu propia constitución. Y, en esa medida, también, en la medida en que todas las obras son alegóricas, todas son didácticas también, todas te enseñan a vivir. Pero no te enseñan a vivir de acuerdo con un código moral, porque eso no le interesa a la literatura, la literatura ni se atiene ni dicta un código moral. Por eso puede ser supracultural, por eso está por encima de todas las culturas y puede transmitirse y viajar de una cultura a otra. Entonces, lo que mejor ilustra esto es el caso de las fábulas propiamente dichas, de esas fábulas de animales que hablan de personajes muy esquemáticos, que a veces no son animales sino humanos —un príncipe, una princesa, un joyero, un viejo, una bruja, etcétera.

Las fábulas fueron usadas en India, en el budismo, para transmitir las enseñanzas budistas. Luego, esas mismas fábulas viajaron al Imperio Sasánida y fueron transmitidas bajo el dominio de los musulmanes, y luego esas mismas fábulas, en Europa, se contaron —traducidas a distintas lenguas y traducidas también, pues a distintas lenguas vernáculas, y también traducidas al latín— en muchos países europeos y pasaron a formar parte de muchos libros durante la Edad Media. Hay muchos libros medievales que comparten entre sí cuentos, libros de cuentos. Uno de esos libros, que no es europeo, sino árabe, se llama Las mil y una noches, pero hay otros libros europeos, y uno de ellos tiene algunos cuentos en un volumen de Libro al Viento que es el Decamerón de Giovanni Boccaccio. Estas colecciones de cuentos medievales tienen —casi todos, no es el caso del Decamerón en el que le ponen más detalles—, como les decía, personajes muy arquetípicos: animales —no en el Decamerón nuevamente, pero sí en otros— o personas que simplemente son como posiciones: un viejo, una joven, una mujer casada, un rey, los hijos de un rey, unos derviches, etcétera. Y estas historias viajaron de Oriente a Occidente, como todo ha viajado de Oriente a Occidente. Y entonces estos pequeños cuentos, que conocemos algunos como fábulas, venían —por simplificar y dar una imagen— en los mismos barcos en los que se comerciaba con las especias. Eso mismo que le daba sabor al mundo para consumirlo… En esos mismos barcos venían los cuentos con los que se enseñaba a la gente y a los niños. En la Edad Media, muchas de estas colecciones de cuentos que venían desde Oriente, que se habían traducido del sánscrito al persa y del persa al árabe y luego del árabe a las lenguas europeas en este largo viaje de Oriente a Occidente, muchos de ellos se convierten en unos libros que en la Edad Media —y esto me interesa para transmitir mi punto— se llamaban espejos de príncipes, y estos libros —espejos de príncipes— estaban destinados a la educación del príncipe. O sea, el príncipe aprendía leyendo unas colecciones de fábulas, sabiendo que todos esos animales eran partes y aspectos de su personalidad, y que, a través de leer esas fábulas, estaba aprendiendo a vivir. Y sabía que aprender a vivir era aprender a gobernarse a sí mismo, y que gobernarse a sí mismo era equivalente a gobernar un reino. Por eso la educación del hombre se transmite como educación del príncipe, porque todo hombre es concebido como un príncipe, como un gobernante.

Esto es para mostrar un poco por qué los libros sin perecederos —los libros que duran tanto tiempo— duran tanto tiempo. Es porque nos conciernen, porque tratan acerca de ti y porque te enseñan cómo estar en el mundo, te enseñan cómo vivir. Ahora, les dije hace un momento que esa sabiduría que transmiten es una psicología, no es un código moral, y por eso pueden estar… Esos libros de cuentos han podido estar en tantas culturas distintas y en tantos momentos distintos, y los mismos libros de cuentos, los mismos cuentos que escucharon ustedes y escuché yo cuando niños, los escuchó alguien del Siglo 12 y los escucharon también —muchos de ellos, de esos cuentos— los griegos del Siglo cuarto. Porque ese saber es un saber práctico, y ¿de qué se trata ese saber práctico? De ser astuto. La astucia es una virtud que hoy en día a algunas personas no les suena a virtud, suena como: «es una persona mala que se sale con la suya», pero es una virtud para el hombre medieval y es una virtud también para los griegos y el hombre más feliz —y nuestro gran héroe— que es Odiseo, y volvemos a Odiseo, tiene como principal virtud la astucia. Y la astucia es la capacidad de leer el deseo de los demás y de conocer el propio deseo y de hacer que uno mismo pueda ir y estar en el lugar que le corresponde. O sea, la astucia tiene como fin la justicia, ¿sí? Esa capacidad de leer los deseos de los demás y de conocer el verdadero deseo de sí mismo lleva a la justicia, a poner a cada uno en su lugar. Entonces es un camino mucho más consistente y mucho más realista y práctico hacia el bien —que es la justicia—, más que una colección de preceptos morales.

Ahora, con las fábulas es posible que uno se confunda, porque los franceses de los Siglos 18 y 19 tendieron a simplificar las complejas fábulas medievales —que tienen finales abiertos y lecturas a veces desconcertantes— y escribir «moraleja, dos puntos», y realmente las fábulas no son concebidas como textos con moraleja, sino como textos acerca de ti, para pensar en ti mismo. Yo doy a veces el ejemplo de la liebre y la tortuga: la tortuga corre una carrera con la liebre, la liebre se queda por ahí confiada, entonces duerme una siesta, mientras la tortuga persistentemente no se duerme y no para de caminar y llega a la meta. Entonces, si ustedes leen esto en algún libro de fábulas de los últimos dos siglos, dirá: «Moraleja: vale más la constancia que el don natural, que la velocidad». Y no. Si no te dieran la moraleja, eso te abre la mente —la lectura de esa fábula. Puedes pensar, preguntarte «¿para qué realmente una liebre, que sabe que es rápida, va a correr carreras con la tortuga?» Entonces está allí la inseguridad en la propia capacidad, está allí la vanidad: la tortuga nunca va a ser tan rápida como la liebre así le gane mil carreras por la pereza de la liebre. Entonces todas las preguntas, en últimas, de las fábulas, son acerca de la propia naturaleza: qué es la propia naturaleza y si la propia naturaleza puede cambiar, si uno puede cambiar, o qué hacer con la naturaleza o aprovechar esa naturaleza buena o mala, o todo mezclado —que tiene uno— para poder llegar a ser más uno mismo. Es la misma pregunta de las tragedias griegas, por ejemplo. Hay un rasgo de tu carácter que determina qué te va a pasar, pero ¿qué puedes hacer con eso? Pues puedes llegar a conocerte, que es lo que le pasa a Edipo rey, para mencionar otro clásico.

Entonces en esa pregunta de cuál es tu naturaleza y cuál es tu posibilidad de cambiar, está la pregunta de si la educación es o no posible y qué es la educación, y está la pregunta de la lectura misma: ¿qué adquieres tú?, ¿qué pasa contigo cuando lees un libro?, ¿sigues siendo el mismo o te vuelves otro?, ¿qué posibilidades hay, en general, de volverse otro? Y entonces en ese punto voy a mencionar otros dos clásicos. Por un lado, los cronistas de Indias. Por mal o regular que le caiga a uno la gesta americana —porque, pues, sabemos lo atroz que sucedió—, las crónicas de Indias son también crónicas de unos personajes que querían llegar a ser otros, que se fueron de un mundo para ser unos nuevos en un mundo siguiente —en América— y pasaron cosas desastrosas, otras que no tanto. Pero para conectar esto con esa pregunta sobre la propia naturaleza, la capacidad de cambiar y la capacidad de convertirse en otro —que está en toda la tradición fabulística, que es la principal tradición narrativa que hemos tenido en el mundo entero, que no es de Oriente ni de Occidente, que, como les digo, viajó por todo el mundo y que está metida en todos los libros también—: las crónicas de Indias, por ejemplo, se pueden leer como fábulas.

Quiero detenerme un segundo en ese libro que antes les mencioné y que es Pinocho. Ese libro… ¿Por qué leer Pinocho y no ver la película ni leer el resumen? Cuando uno lee el libro como lo concibió su autor, como apareció por primera vez, muchas veces puede leer, a través del libro, lo importante del libro. Y, a veces, cuando el libro se ha transformado en otras versiones y en otros medios, etcétera, se va escondiendo cuál es la esencia del libro y qué es lo que el libro dice, porque se pierden las palabras con las que está dicho, y si se pierden las palabras con las que está dicho, se pierde también lo que está dicho. Entonces si tú ves la versión de la versión de la versión de la versión, terminas viendo unas aventuras de un muñequito y lo importante es la forma del muñequito, ¿me entiendes? Pero si vuelves a leer el libro —y por eso «¿Por qué leer los clásicos?»— te asaltan palabras como las menciones de «quiero ser un muchacho de verdad» o el sentimiento de culpa de Pinocho ante su propio padre, o esa cosa tan extraña del hada con la que Pinocho se encuentra, que es un hada pero también es una niña y también es una niña muerta y también es la madre. ¿Qué nos está diciendo acerca del papel de la maternidad ese personaje tan plurivalente de esa hada en Pinocho?, ¿qué significa que Pinocho sea hecho por un padre a partir de un pedazo de madera como, según El Génesis, el hombre es hecho por Dios a partir de un pedazo de barro?, ¿de qué nos está hablando? Nos está hablando de todos los hombres, ¿no? Y si ponemos énfasis es en unos colores que puso un coloreador después, entonces de pronto se esconden más estos sentidos que tenía el libro. Y por eso menciono, pues, el caso de Pinocho que es, además, una gran fábula sobre la educación, ¿se acuerdan? Que es un niño de madera que no quiere ir a la escuela o, mejor dicho, que medio quiere, pero siempre lo vencen las tentaciones. Siempre hay otra cosa que hacer y se va a aquello en lo que cae, o sea, se deja vencer como por una tendencia y es por una tendencia a no hacer nada. Si tú lees con atención ese libro, te habla de tu propio esfuerzo, de cuál es el sentido y el valor del esfuerzo y de cuál es la voluntad real de uno. Porque Pinocho quería realmente… Lo que más quiere es ser un niño de carne, pero para eso tiene que ir a la escuela y trabajar y hacerse responsable y aprender agradecimiento, y entonces lo que aparentemente quiere es irse por ahí a tener aventuras. Entonces esas tensiones morales que, nuevamente, son tensiones psicológicas, no morales en el sentido de asumir un código moral, esas tensiones son las mismas que tienes tú todo el tiempo, tú y yo, que tenemos absolutamente todas las personas, porque todas las personas estamos constituidas de igual manera, solamente que buscamos soluciones distintas a más o menos los mismos problemas, los problemas que se presentan bajo formas distintas, pero tenemos la misma constitución, y los clásicos han captado esa constitución, porque todos los clásicos o, nuevamente, los libros duraderos, son estudios del ser humano.

Algo que tienen las fábulas que es la multiplicidad dentro de uno mismo y cómo uno mismo puede ser muchos personajes, una multitud. Eso lo entendió muy bien otro autor que es Walt Whitman. Otro clásico, de los que me llaman la atención, es el libro de Marco Polo sobre sus viajes a Asia. Marco Polo es un florentino de final de la Edad Media y comienzos del Renacimiento que estuvo mucho tiempo fuera de su casa. Pero a través de leer a Marco Polo ustedes lo que entienden, no es solo qué curioso este hombre muerto, este individuo que hablaba otra lengua distinta de la tuya y vivió en otro siglo y que fue a la China, sino que entiendes qué significan los viajes para ti y qué significa contar —sobre un viaje— para ti.

Creo que he contado un poco por qué leer a los clásicos. Es, básicamente, porque hablan de ti y todos enseñan a vivir y porque los escribiste tú. No hay un autor del Quijote que no seas tú mismo y, al leerlo, estás escribiendo, porque cada persona lee un libro distinto al leer un libro. Pero no sólo eso, sino que, al leer, te tiene que dar curiosidad qué es lo que fuiste capaz de escribir. Porque Cervantes fuiste tú, no fue otro muy distinto de ti. Esta división y esta multiplicidad entre nosotros y las maneras como nos hacemos daño y bien unos a los otros también es un poco una fantasía. Todos formamos parte de una mente mayor, del mismo modo como en nuestra mente puede haber un montón de personajes, que son los personajes de estos libros, ¿sí me entienden? Al entender que todo lo que les pasa a unos personajes de ficción pasa dentro de ti y forma parte de tu diálogo interno y de tu interna multiplicidad, también te das cuenta de que tú con todos los demás forman parte del diálogo interno de una unidad mayor, y eso permite ver la vida con cierta distancia y con cierto realismo mucho más que la chatera de ver todo por separado e individualmente.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

es_MXSpanish