Las Catalanas
Por Blas Estévez
Cuando la milicada ya le había mordido el cogote al obrero patagónico, cuando ya le había partido la panza a balazo estanciero, el Capitán Anaya y el Teniente Coronel Varela deciden premiarla con un “pase con las putas”, así dijeron, mientras se secaban la baba espesa y verde que les chorreaba por la cara al haber cumplido los deseos del patrón de estancia. Recuerdo haber visto como el señor del sur les acariciaba la nuca, lo mismo que a sus obedientes bestias…
Cuando llegaron a La Catalana, previo encuentro con Paulina Rovira (la madama), encontraron la puerta cerrada. No se trataba, el escándalo, de que cinco mujeres debían recibir veinticinco miserables manoseos, esa noche, cada una. No. No se trataba de un asunto profesional. Otras razones fueron las que empujaron a aquellas mujeres a cerrarle la puerta al Ejército Argentino: “no nos acostamos con asesinos” dijeron con voz de trueno y el espinazo de la milicada se estremeció. Es que se estaban enterando que ser el brazo ejecutor de los designios de la oligarquía patagónica tenías sus reveses sociales. Asesinos decían, no héroes… y sus entorchados de la lástima tuvieron sólo allí, en ese grito, el reconocimiento más deleznable. Era el 17 de febrero de 1922, en Puerto San Julián, provincia de Santa Cruz.
Esas mujeres con palos y escobas enfrentaron los fusiles ingleses, gatillados por soldados que respondían, se sabe, a los caprichos de los señores de la lana con la habitual cortedad de su inteligencia. Asesinos, dijeron esas mujeres, en un formidable ejemplo de justeza histórica y le trapearon así la cara con la dignidad que nunca conseguirían alcanzar.
Muchos años después, cuando Osvaldo Bayer llegó a la puerta antigua de La Catalana cuentan que, en silencio, dejó caer su frente sobre la madera y así quedó un rato, solo. Ningún soldado de aquella ni de esta noche, ningún funcionario de aquel y este tiempo, comprenderán jamás lo que ese gesto significa; es que a sus cerebros de óxido los rodea un cráneo seco que lleva grabado otro título en el cuero de su frente: vergüenza. Que no lo digan importa poco, pero el fondo del espejo les iba a repetir una y otra vez los hilos que los gobiernan desde las estancias, mientras los señores de la lana celebran oscuras fiestas sobre las fosas comunes de las peonadas.
Hoy en día, de esa casa, de La Catalana apenas queda una ruina, pero el ojo despierto no puede dejar de ver entre los hierros torcidos por el viento del olvido, que en ese gesto de Bayer queda anudada la historia, quedan tejidas las luchas de ayer y de hoy y, entonces, nuestros señores del alambre vuelven a estremecerse y temen que esas tumbas, sobre las que ahora bailan, los traguen con paciente dignidad.
La imagen fue seleccionada por les editores del blog.