Las Bacterias[1]
Por Cicerón Navega
Año 2005, revista “EL EMPALME CARIBEÑO”[2]
Recopilador: Iván Aponte
Quizá, cansada del revoloteo infantil de su brillante cerebro, de las preguntas pueriles del mundo, del desorden que arrastra la cotidianidad, de los llantos y gritos esporádicos de Amelia y Camila, sus hijas, de los constantes altibajos económicos de su marido; Patricia Quesada, bacterióloga de profesión, especialista en micología clínica, pero ama de casa por circunstancia, abandonó a su esposo y a sus dos hijas una mañana en medio del café del desayuno. Así, como si saliera de una tienda de abarrotes, tomó un par de cosas de la alacena, unas cuantas camisas, besó a sus hijas en la frente, acomodó el cuello rígido de la camisa de su esposo, atravesó la puerta del apartamento ante la mirada atónita de su familia sin decir una sola palabra y partió.
Dieciocho meses después, en un barrio residencial, al oriente de la ciudad, se abrió un laboratorio donde mediante un procedimiento innovador, o revolucionario, no sabría explicar la diferencia, podían decirte, determinando el carácter de una variedad de bacterias descubiertas recientemente en el corazón, si tus intenciones amorosas eran auténticas o no. El examen debía realizarse en ayunas y consistía en analizar el comportamiento de aquellas bacterias especiales, tras ser expuestas a un líquido catalizador que se introducía directamente en el corazón como una inyección de adrenalina. Esa era la información que había logrado recopilar, y que sería refutada más tarde de manera vehemente por un entendimiento más grande que el mío.
Por aquel entonces tenía yo un trabajo bastante peculiar en el oficio de escribir y me dedicaba a buscar historias de calibre fantástico, aunque tuvieran un sustento científico o erudito, y claramente esta era una historia que merecía la pena. Después de mucho insistir, de diversas propuestas, de meses esperando una respuesta, logré que la persona encargada del laboratorio me concediera una entrevista. Ahí fue cuando la conocí, a Patricia Quesada, una mujer brillante que valientemente lo había dejado todo para dedicarse a sus investigaciones y poder, al fin, desarrollar mediante la exhaustiva práctica, su genio innegable.
La oficina era un lugar modesto, principalmente amurallado con libros de diversos calibres y cuyos temas oscilaban divinamente entre la literatura y la medicina, seleccionados en pos de la construcción de un profundo pensamiento, que increíblemente, había dejado intacta aquella sonrisa apacible con la que fui recibido tras un enorme escritorio, una vez hube regresado del trance en el que me encontré sumergido, absorto entre los hermosos libreros.
– Mire, lo primordial no es determinar si lo que usted siente por otro individuo es amor o no. En realidad eso es un mito que algunos pacientes crearon inconscientemente, tratando de explicar de manera sencilla el experimento a otras personas.
Así inició la entrevista con Patricia Quesada, y yo solo cupe en un enunciado estúpido que me dejó en evidencia.
– Pero así se anuncian…
Ella contuvo la risa y se quedó muy quieta, mirándome, seguramente de la misma manera en la que observa a los microorganismos almacenados en el laboratorio, con cierta fascinación pero con cierta distancia.
– Aprovechamos la brecha y generamos algo de marketing, ¿comprende? -contestó-. Mantener el laboratorio es costoso.
– ¿Entonces cuál es el verdadero objeto?
– Las personas me prestan sus corazones para mi investigación, a cambio de ello yo puedo decirles, científicamente, (deseo y voluntad de por medio), si se encuentran enamorados o no.
Esperó unos segundos, probablemente sintió que iba demasiado rápido para mí. Al cabo de un tiempo continuó.
– Le explico; estas bacterias reaccionan lumínicamente a las bacterias que se encuentran en el corazón de otro individuo, es decir, corresponden a un estímulo y manifiestan un espectro de luz. Pero esto nace de una relación simbiótica. En un principio se creía que las bacterias producían su propia luminiscencia, sin embargo pudimos descartar esta afirmación, al encontrar que estas bacterias se hallaban recubiertas por un hongo que inicialmente fue confundido con una especie de fimbria, pero que más tarde se comprobó funcionaba como un organismo independiente, estrechamente relacionado y en una coexistencia perfecta con su huésped. Se concluyó, además, que este microorganismo es, en efecto, un hongo, además del responsable de la luminiscencia que atribuimos erróneamente a las bacterias.
– ¿Y qué colores tienen estas luces?
– Inicialmente y con la tecnología que teníamos en aquel entonces cometimos muchos errores, pues podíamos observar tan solo cinco tipos de radiación; azul, amarilla, roja, verde y violeta, lo que nos llevó a pensar que estas radiaciones correspondían a una gama de emociones, no a una emoción específica, impulsada por la reacción química adecuada. Por lo tanto, el azul simbolizaba los sentimientos de tristeza, dolor o ansiedad, el rojo los de ira, deseo o dolor intenso, sin embargo, nuestra investigación ha puesto en evidencia que la radiación de estas bacterias no solo está ligada directamente a las emociones humanas más profundas, sino que la gama de colores con las que se representan son infinitas y que corresponden a un sentimiento especifico o incluso a una emoción momentánea, por lo cual van incorporando matices de color a medida que las personas van definiendo y descubriendo sus emociones. En resumidas cuentas, dichas bacterias tienen un color específico para cada emoción o situación, y lo que buscan es la reacción de las otras bacterias, bien sea de manera adversa o favorable, generando una emoción, un presentimiento, en otras palabras.
Yo observaba a la doctora Quesada más que embelesado. Su mirada era gentil, la melodía de su voz cálida, tierna, llena de una seguridad inefable.
– ¿Por qué aún no se conoce mucho al respecto? Lo que yo entiendo es que estamos hablando del origen del instinto y eso me resulta en verdad asombroso.
No pude dominar el entusiasmo con el que salieron mis palabras, y nuevamente una sonrisa contenida se dibujó en su rostro.
– La comunidad no lo ve como usted y yo lo vemos. Ellos solo ven a una mujer y en esa mujer a un ama de casa desertora. Abandoné a mi familia para dedicarme a mis investigaciones, y tuve tras de mí a una parvada de periodistas queriendo hacer un reportaje que diera una explicación a mi extraña decisión. ¿Qué clase de payasada es esa? Discúlpeme usted, pero ¿cinco años en la facultad de comunicación y periodismo para acosar mujeres que no quisieron ejercer su maternidad como hacen millones de hombres en este país? Durante este año y medio nunca respondí a ninguna entrevista, sin embargo el que usted esté aquí no corresponde tan solo a un capricho de mi parte.
– ¿Usted les explica a todos sus pacientes el verdadero motivo de todo esto? ¿Cuál es el procedimiento con las personas que vienen a buscarla?, pregunté llevando mi trasero hasta el borde del asiento.
– Bueno… depende de lo que estén buscando. La mayoría vienen en pareja para corroborar sus emociones mediante los métodos de mi investigación; he visto a muchos tomar decisiones radicales al ver los resultados y he sido objeto de amenazas por aquellos que me han señalado como la culpable de sus rompimientos. Otros pocos comprenden el verdadero valor de todo esto y me visitan con cierta frecuencia. En cuanto al procedimiento, no hay mucho que decir. Inyecto el catalizador directamente en el corazón y observo la reacción ante el estímulo que tengamos como referente. En el caso de las parejas, lo que hacemos es comparar y esperar que la gama de colores se encuentren en perfecta armonía, que haya una correspondencia favorable, que se encuentren en la misma gama lumínica. Para otros efectos, trabajamos con un psicólogo y una psiquiatra durante los experimentos. Esto último nos ha ayudado a generar un catálogo amplio y detallado de emociones vinculadas a los cambios de color en las bacterias. En estos momentos tenemos un registro de más de 50000 tonos de rojo y unos 80000 tonos de azul, cada uno asociado a un tipo de emoción diferente. Sepa que este catálogo solo corresponde a unas 300 sesiones con 87 pacientes distintos, ni más ni menos.
– ¿Y solo podemos encontrar estas bacterias en los seres humanos?
– Por supuesto que no. Aunque no puedo asegurar qué porcentaje de seres vivos las posen, hemos realizado pruebas con una gran variedad de aves y mamíferos domésticos, especialmente.
– ¿Y…?
– Animales como las vacas, los delfines, las guacamayas, los cerdos, los perros y los gatos, por nombrar algunos pocos, tienen una capacidad y un rango emocional altísimo. Sienten empatía de manera intensa y una depresión profunda puede quitarles la vida, porque además de todo, sienten la ausencia.
– En vista de todo esto ¿cuál cree usted que sean las verdaderas implicaciones de su investigación?
– Bueno. Imagine usted una computadora cuyo algoritmo haya sido alimentado con esta información. Podría ayudar enormemente en el diagnóstico médico de enfermedades mentales, pudiendo influir en ellas mucho antes de que puedan desarrollarse por completo. Las bacterias en el corazón reaccionan incluso cuando mentimos o nos mienten, así que de ahí en adelante, puede usted pensar cuánto podría venir de esto.
– Imagino, habrá sido usted parte de los primeros experimentos.
– No sería digna si me parara frente a usted a hablarle de todo esto si no tuviese algo de experiencia. Yo misma soy una de las ochenta y siete pacientes que mencioné antes.
– ¿Qué piensa hacer sin el apoyo de la comunidad científica?
– Nada. Ni siquiera pienso en ellos. La investigación ha rendido frutos de una manera sorprendente. Es mejor crecer lejos de los pinos, ¿sabe? En retrospectiva, lo mejor que pudo pasarle al proyecto fue haber sido ignorado; en el camino encontré personas que se interesaron tanto como yo en el tema y dedicaron su tiempo a la investigación. Muchos de ellos dejaron sus antiguos trabajos y se metieron de lleno en el laboratorio conmigo. Ellos son mi comunidad científica.
Con la pausa vino el café, turbio y en exceso amargo que trajo el enfermero de la tarde. Antes de terminar la conversación, se disculpó por lo horrible del café, agradeció mi paciencia durante estos meses en los que no quiso ser entrevistada y me dijo que debía regresar a su trabajo.
Horas más tarde caminé con el documento digital de la entrevista entre las manos, y una copia impresa que usaría para efectos prácticos, hasta el edificio editorial. Debía entregar mi historia entre las cinco y seis de la tarde, así que tenía un par de horas para echarle un último vistazo antes de pasarla al consejo de redacción. Camino a la oficina me topé con Manuel Jiménez, editor en jefe. Aproveché para mostrarle la entrevista aunque de entrada mi entusiasmo le pareció desconcertante. Cuando hubo terminado me miró a los ojos y me dijo:
– No podés entregarle esto al jefe. ¿Sabes hace cuanto el hombre no sabe nada de su esposa?
[1] Sugerimos acompañar la lectura de esta crónica con la primera entrega de la recopilación de Iván Aponte, publicada en este blog como Crónicas y entrevistas falseadas de Cicerón Navega.
[2] Revista fundada en 1993 por el periodista y escritor, Ramón Velandia Arciniegas, inicialmente de carácter informativo, esencialmente político y económico, pero que en años posteriores tomaría una línea mucho más literaria, en donde varios escritores y escritoras jóvenes de la época, como Isidora Sarmiento, Gloria Bohorquez, Julian Gallego y Sebastian Magallanes, por mencionar algunos, realizaron sus primeras publicaciones. Con la venta de la revista en 2006 y el posterior retiro de Arciniegas como director, poco se conservó de aquella tendencia característica que había conseguido el afecto de cientos de lectores, dedicándose a temas de opinión que parecían no atravesar por un proceso serio de selección, dejando, tras cada número, un desastroso acto de deserción masiva en sus seguidores. En el 2007, más cercano a una separata de supermercado que a una revista literaria, desaparece “El Empalme Caribeño”, grabado con fuego en la memoria colectiva por lo que fue en su último año y no por lo que representó para toda una generación de lectores y escritores.