Nunca estuvo bien y ahora podemos decirlo
Por Clara Isabel Hidalgo Romero
Los hombres denuncian con virulencia las injusticias sociales o raciales, pero se muestran indulgentes y comprensivos cuando se trata de la dominación machista. Son muchos los que pretenden explicar que el combate feminista es secundario, como si fuera un deporte de ricos, sin pertinencia ni urgencia. Hace falta ser idiota, o asquerosamente deshonesto, para pensar que una forma de opresión es insoportable y juzgar que la otra está llena de poesía.”
Virginie Despentes, Teoría King Kong.
Tiempo, necesitamos tiempo, me dice él con ese plural que abarca a todos los varones de su mundo, su gremio.
Me propuso esta charla en la que es él quien habla y yo escucho, ¿cómo más si no? Vino a buscar un otro a quien decirle lo que piensa, sus preocupaciones, sus certezas; alguien que le escuche y asienta. Que parezca una conversación.
El tema que trae me sorprende.
Me explica que se formó deconstruido de machismos e imaginarios patriarcales y ejemplifica sus seguridades. Le escucho decir que pasó un test sobre las nuevas masculinidades.
¿Un test? Sí, al parecer siguen vigentes los test rápidos multiple choice, ya no ocupados de compatibilidades zodiacales, sino con un diversificado y oportuno servicio para diagnosticar masculinidades suficientemente feministas.
Lo escucho. Sus defensas no se agotan. Solo él y sus amigos varones están presentes en su monólogo. Ninguna referencia a una mujer. Lo importante es lo que les pasa a ellos.
Su decir está colmado de “la mujer de”, “a mí las mujeres también me han hecho sufrir”, “por qué no lo dijeron antes”, “a ella le gustaba, si no por qué accedía”, “una niña divina”, “ella aceptaba”, “nadie la obligó”. Se refiere al “tema del género”, de “ese problema”. El feminismo, dice, es algo bonito.
¿Qué? ¿bonito? Nosotras tenemos que pedirles a ellos que nos otorguen condiciones de nuestra existencia. Son ellos quienes nos ponen en la posición de tener que pedir que nos respeten, de tener que poner límites todo el tiempo porque permanentemente los encontramos dispuestos a arrasarnos. Y cuando lo hacemos, son ellos quienes, enojados e inseguros pero hermanados en su falo, nos nominan y categorizan: aburrida, histérica, sapa, mal cogida, alzada, boba, jodida, mala, frígida, puta, incogible, machorra, buscona, conchuda, bruja, loca.
Es difícil, “ya no se puede decir nada”, se queja. Pero, ¿qué hay de malo en los piropos? Leerá libros sobre feminismo cuando tenga tiempo. Leerá y conversará con sus amigos.
El feminismo es su queja, pero es aún más su enemigo. Se va a preparar para “darle pelea” dice; sí, esas son sus palabras exactas.
De la sorpresa paso al asco.
Mientras lo escucho, una pregunta me turba.
Dudo. Es que la amistad es el terreno del todo, ¿o no? Volver sobre mi historia con amigos es reconocerme incómoda en varios momentos, es recordar -quiero decir, ya no poder ignorar- que a veces “se pasaban de la raya” y que siempre estaban justificados, porque qué amiga no puede entender que su amigo varón “solo se pone así cuando toma trago”, “está despechado”, “es coqueto”, “no tiene mala intención”, o simplemente “él es así”.
¿De qué violencias es capaz este amigo?
El mundo no va a ser mejor porque las mujeres ocupen el poder, sentencia.
Le teme a lo que podemos decir. Sabe que un día alguna mujer podrá levantar su voz contra él, contra sus amigos. Sabe lo que han hecho. Por eso quiere “dar la pelea”.
Nos despedimos sin la habitual promesa de próximos encuentros, sino como quien renuncia. Adiós y desconcierto.
Pasaron varios meses desde esa charla. ¿Cuándo, este amigo, se interesará por las violencias machistas que he vivido y podrá escucharme? ¿cómo reaccionará si se encuentra en mis relatos? Él es también otros. ¿Puede haber amistad bajo condición de un silencio cómodo, cómplice?
Me gusta la palabra solidaridad, que es femenina, en oposición a pacto, que es masculino. Es en otras mujeres que he encontrado la sensibilidad de lo común, la fuerza de lo común. Fue una amiga la que me acogió en su casa en una noche de miedo a un varón; fui yo la que acompañó a otra cuando un varón la amenazó. Ni ella ni yo podíamos esperar. Nosotras no tenemos la opción del tiempo. Cada 36 horas hubo 1 femicidio en Venezuela, cada 14 horas 1 feminicidio en Colombia, cada 34 horas 1 femicidio en Argentina, cada 9 horas 1 feminicidio en México [1].
Recuerdo los tactos abusivos de varones conocidos y desconocidos y las miradas lascivas cada día, desde niña. Desde niña. Cuánta rabia. En esa rabia radica la potencia de lo ineludible: ir contra todo lo que nos enseñaron a soportar y callar para ser consideradas lindas, buenas, queridas, empleables.
Necesitamos tiempo, me dijo él. No sabe que el tiempo de nuestro silencio -su comodidad- ya terminó.
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Apartado de instituciones y cuentas.
En marzo del 2021, la Organización Mundial de la Salud -OMS informó que UNA de cada TRES
mujeres sufre violencia física y/o sexual por parte de su pareja o violencia sexual por
terceros, o incluso ambas. Además, la violencia empieza temprano: una de cada cuatro mujeres
de entre 15 y 24 años que han mantenido alguna relación íntima habrán sido objeto de las
conductas violentas de un hombre cuando cumplan 25 años. A nivel mundial, hasta el 38% de
los asesinatos de mujeres son cometidos por su pareja. La OMS, en este informe, advierte
que por el alto grado de estigmatización y el hecho de que muchos abusos sexuales no se
denuncian, es probable que, en la práctica, estas cifras sean mucho mayores.
Estos datos no reflejan el impacto de la pandemia de COVID-19 que ha expuesto
todavía más a las mujeres a conductas violentas a causa de medidas como los confinamientos
y las interrupciones de los servicios de apoyo. Por último, la OMS afirma que la violencia
de pareja y la violencia sexual son perpetradas en su mayoría, indiscutiblemente,
por hombres contra mujeres.
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[1] Datos del año 2021 extraídos de colectivos y observatorios no oficiales, excepto el Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública de México.