En octubre de 2015, Susan Howe ofreció una conferencia en el Columbus College of Art & Design en Ohio, EE.UU. Habló desde su interés por las posibilidades visuales del lenguaje.
Tomamos algunos fragmentos de su presentación, los tradujimos, y hoy se los compartimos en este textoarchivo; nuestro homenaje, el de (In)contable dispersión, a esta extraordinaria poeta, no pretende ser una reproducción minuciosa ni exacta ni completa; es nuestro recorte arbitrario de aquello que nos resuena. Pueden acceder a la conferencia completa en YouTube.
Una vez más, agradecemos a Juan Caicedo por la bella ilustración que acompaña.
Bienvenides.
Susan
Para esta conferencia, he combinado imágenes de bibliotecas de investigación y colecciones especiales con mi texto hablado y escrito, sin proporcionar una lógica narrativa ni detenerme a identificar cada una, lo que les permite establecer sus propias conexiones.
En mi poesía y crítica siempre ha sido una preocupación primordial la frontera porosa entre lo visual y lo verbal, el sonido y la vista, al igual que lo es en el trabajo de poetas y autores cuyos manuscritos, borradores y garabatos veremos aquí. Tampoco me detendré a identificar muchos de los pasajes que leeré en voz alta, pero considero que lo dejaré claro en la lectura.
Creo que las tecnologías electrónicas, a medida que evolucionan, están transformando radicalmente la forma en que leemos, escribimos y recordamos. La naturaleza de la investigación está en constante cambio, y la diferencia principal radica en nuestra forma de ver y tocar objetos y documentos, en comparación con simplemente ver el mismo material en un computador. Bases de datos, búsquedas generadas por computadora, el estudio de la literatura como sistema, la recuperación de palabras clave y los proyectos relacionados representan un nuevo y valiente mundo tecnológico. Si bien me doy cuenta de que han ocurrido cambios profundos que continúan ofreciendo innumerables posibilidades para artistas, poetas, académicos y autodidactas en términos de almacenamiento, acceso e investigación, esta conferencia es un canto de cisne a las viejas costumbres.
Voy a comenzar leyendo una sección de “La biblioteca” en Paterson de William Carlos Williams:
En su legendaria obra El libro de H.D., una colección de ensayos y meditaciones inspiradas en la vida y escritura de la poeta Hilda Doolittle, que hasta 2011 solo existía en fotocopias y capítulos separados en pequeñas revistas agotadas o en sitios web difíciles de encontrar, el poeta Robert Duncan escribe: “El secreto del arte poético radica en llevar el compás… Llevar el compás -diseñar o descubrir líneas de coherencia melódica… Contar los compases, marcarlos, el conjunto intensificado del poeta en el sentido de su limitación. Una imagen puede evocar a otra, encontrar profundidad en la re-sonancia”. Duncan también habla del espíritu romántico y, tras esto, del espíritu del romance bajo boicot. Lo escribió en 1961 y el tabú es aún más severo ahora, pero creo que este espíritu, depósito de un futuro aún por llegar, está recogido y custodiado en el dominio de las bibliotecas de investigación y las colecciones especiales.
El 20 de junio de 1926, Hart Crane, que en ese momento se encontraba en la propiedad familiar de su madre en la Isla de Pinos, Cuba, escribió a Waldo Frank mientras trabajaba en el que esperaba fuera su poema épico, The Bridge: “La forma de mi poema surge de un pasado que abruma tanto al presente con su valor y visión, que no sé cómo explicar mi ilusión de que exista algún vínculo real entre ese pasado y un futuro digno de él. El “destino” hace tiempo que se completó, tal vez la pequeña última sección de mi poema sea un eco de resaca de este -pero cuelga suspendido en algún lugar del éter como un Absalón por su pelo”. Amo esta línea. Esta línea es lo que hace de Hart Crane un escritor tan grandioso.
Posiblemente, durante 1885, el año anterior a su muerte, Emily Dickinson escribió en una carta a su cuñada Susan: “Emerger de un Abismo y volver a entrar en él, eso es la Vida, ¿no es así, Querida? El lazo entre nosotras es muy fino, pero un cabello nunca se disuelve”. Las cosas en sí mismas y las cosas como son para nosotros. A menudo, por casualidad, a través de catálogos de tarjetas o de una navegación previa en internet, un texto “profundo” o un simple objeto (un carrete, un dechado, un trozo de encaje) se revela aquí, en la superficie de lo visible, por mística telepatía documental. Rápidamente. Precariamente. Como si viniera de una dirección opuesta.
La palabra inglesa text viene del latín medieval textus, estilo o textura de la obra, literalmente, cosa tejida, de la raíz del participio pasado texere, tejer, unir, ajustar, construir. En Sentences (1928) Gertrude Stein escribió algunas de estas increíbles oraciones: “Una oración es una obra maestra imaginada. Una oración es una fachada imaginada. ¿Cuál es la diferencia entre una oración y una costura? ¿Cuál es la diferencia entre una oración y un dibujo? Ellas tejerán, harán un tejido. Una oración es cajones y cajones llenos de dibujos. Levanta el tejido; está parcialmente pensado en puntos, pensado en asentamientos, pensado en sauces”. Un artículo de Edward Moore y Arthur Burks sobre la edición de los manuscritos del filósofo Charles Sanders Peirce tiene un epígrafe tomado de boca del caballo*: “Soy apenas un índice, un enredo de hilos”.
En las bibliotecas y colecciones de investigación podemos capturar el retrato de la historia en las llamadas textualidades visuales y verbales, aparentemente insignificantes. En los tejidos. En detalles materiales. En telas de sarga, piezas de bordado, patrones punteados, pequeñas lentejuelas, afiladas ruedas dentadas de estarcido; en citas, fragmentos de pensamiento, inscripciones, rimas, sílabas, fonemas en peligro de extinción, incluso manchas y tachaduras.
En 1907, Henry James escribió en el prefacio de su segunda novela, Roderick Hudson: ““¿Dónde, para la expresión completa del propio sujeto, una relación particular da paso a otra relación no implicada en esa expresión? En realidad, universalmente, las relaciones no se detienen en ninguna parte, y el problema exquisito del artista es, eternamente, dibujar, mediante su propia geometría, el círculo dentro del cual, felizmente, parecerán hacerlo. Todo lo cual tal vez pase por ser una manera supersutil de señalar la moraleja evidente de un joven bordador del lienzo de la vida que pronto empezó a trabajar aterrorizado, justamente, por la amplia extensión de esa superficie, por el número ilimitado de perforaciones distintas para la aguja, y por la tendencia inherente a sus flores y figuras de muchos colores a cubrir y consumir el mayor número posible de los pequeños agujeros. El desarrollo de la flor o de la figura implicaba así un inmenso recuento de agujeros y una cuidadosa selección entre ellos. Le habría parecido un proceso bastante valiente, si no fuera porque la propia naturaleza de los agujeros invita, solicita, persuade, incluso practica positivamente mil señuelos y engaños”.
Un rastro histórico existencial ha sido cazado, capturado, guardado, preservado por aversión al desperdicio de un ávido coleccionista y luego cuidadosamente alejado, fuera del alcance de la economía del uso, inaccesible al tacto. Ahora es reanimado, recordado, recuperado a través de un encuentro con la mente de un lector común, un investigador, un anticuario, un bibliomaníaco, un sub-sub-bibliotecario, un poeta. Cada objeto coleccionado o manuscrito es un teatro vacío prearticulado donde un pensamiento puede sorprenderse a sí mismo en el momento de ser visto, o un pensamiento puede escucharse a sí mismo. Para la conversión debe haber un misterioso salto de amor. A veces, un verso oculto actúa como contrapunto previo. De la misma manera que los cuentos infantiles improvisados tienen costuras con raíces en palabras latinas sagradas y jerga medieval ¿Qué importa si lo que vemos ya ha sido interpretado ante el ojo de nuestra mente? Este “desperdicio” mezquinamente magnífico existe en una escala más allá del uso real. Nos proporciona un sentido literal y mítico de la vida en el más allá. Al volver a casa, a la poesía, uno se permite libertades: en primer lugar, la felicidad.
El 19 de agosto de 1926, Hart Crane concluyó así una carta a Waldo Frank: “Nunca había podido vivir completamente en mi trabajo. Ahora es aprender mucho. Manejar las hermosas madejas de este mito de América -darme cuenta de repente, como me parece, de cuánto del pasado vive bajo formas sólo ligeramente alteradas, incluso en maquinaria y cosas por el estilo- es extremadamente emocionante. En cualquier caso, ahora me lo estoy pasando como nunca”.
Mi edición de 1971 del Tercer Nuevo Diccionario Internacional de Noah Webster define esquema como un nudo o número de nudos de hilo, seda o lana; una longitud de hilo suelto o hilo enrollado adecuado para un proceso como teñir o para la venta como lana de punto o bordado. Algo que sugiere los giros y contradicciones de un esquema. Desenredado el enredo. Maraña de evidencia. Una bandada de aves silvestres en vuelo. Las palabras son esquemas, meteoros, espíritus miméticos, chispas.
El Diccionario Estadounidense de la Lengua Inglesa de Noah Webster, publicado por primera vez en 1828, es citado repetidamente por los traductores norteamericanos del siglo XIX Emerson, Melville, Hawthorne, Dickinson, Whitman y muchos otros. A menudo sus definiciones se leen como versos. El ejemplar de Edward Dickinson (padre de Emily) de la primera edición se encontraba en la biblioteca familiar, y la propia Emily Dickinson poseía una reimpresión de 1844 de la edición de 1841. Noah Webster, junto con su abuelo Samuel Fowler Dickinson, fue uno de los fundadores del Amherst College, y su padre formó parte del consejo de la excelente Academia Amherst a la que Emily asistió y en la que, durante un tiempo, Webster fue presidente del Consejo. En 1862, ella le dijo a Thomas Wentworth Higginson: “Cuando era niña, tuve un amigo que me enseñó la inmortalidad, pero aventurándose demasiado cerca, él mismo nunca regresó, poco después mi tutor murió, y durante varios años mi diccionario fue mi único compañero”.
Las definiciones del diccionario podrían llamarse madejas-singularidades, espíritus-chispas. Noah Webster: Stitch: 1. Coser con las perforaciones traseras de la aguja; modo en que se dobla el hilo. Coser o unir, como coser las hojas de un libro o formar un folleto; 2. Formar la tierra en crestas -Nueva Inglaterra. Coser, remendar o unir con aguja e hilo, como coser una rasgadura, como coser una arteria.
Repasando afinidades y relaciones, como era su costumbre, Dickinson podría haber descubierto en su diccionario la definición de Stich (pronunciado stik): 1. En poesía, verso de cualquier medida o número de pies. Stich se usa para numerar los libros de las Escrituras; 2. En Asuntos Rurales, un orden o rango de árboles (en Nueva Inglaterra se llama stich o land a toda la tierra que se encuentra entre surcos) o, podría haber saltado unas palabras hasta “Stichomancy(Esticomancia): la adivinación de líneas o pasajes de libros tomados al azar”. Después de la muerte de Dickinson se encontró esta nota entre sus papeles: “¡Qué peligroso es un acento! Cuando pienso en los corazones que ha hundido o perdido, casi temo levantar mi mano como una puntuación”. Las citas son líneas o pasajes tomados al azar de tesoros culturales acumulados. Una cita ejerce una inflexión finita y particular por adelantado, cortada o desentrañada cuidadosamente como con una aguja, puede interrumpir el flujo continuo de un poema, de un tejido, de una imagen, de un ensayo o de una conferencia como esta. Puntada, sustantivo, una sola pasada de una aguja en la costura. “Es la búsqueda de un poeta por su lenguaje -para que coincida con el lenguaje del ruido de las cataratas, que parece ser en sí mismo un lenguaje que estábamos y todavía estamos buscando”: William Carlos Williams.
El trabajo que he realizado en materia de manuscritos y archivos me llevó a la enorme colección de papeles del teólogo de Nueva Inglaterra del siglo XVIII, para algunos nuestro primer filósofo estadounidense, Jonathan Edwards, en New Haven en la Beinecke Rare Book and Manuscript Library, uno de los edificios más grandes del mundo dedicado íntegramente a libros raros y manuscritos; se construyó con mármol y granito de Vermont, bronce y cristal, a principios de la década de 1960. La estructura muestra y contiene la violencia adquisitiva, la rapaz “búsqueda” que implica el coleccionismo. Por otro lado, emana una sensación de paz. Abajo, en la sala de lectura modernista, oigo el ronroneo del sistema de filtración de aire, el sonido ondulante de las páginas que pasan, singulares melodías desafinadas de computadoras reiniciándose. Los académicos están sentados en amplias mesas de trabajo, inclinados con devoción sobre algún objeto material concreto. Pueden estar copiando un manuscrito o descifrando un patrón. Aquí es donde la memoria profunda atrae y cobija. En esta sala experimento relaciones y conexiones duraderas entre lo que fue y lo que es.
La vasta colección de recuerdos familiares de Edwards en Beinecke contiene cartas, diarios, cuadernos, ensayos y más de 1.200 sermones (la mayoría en minúscula escritura). No puedo creer lo pequeño que es el tipo de letra. De todas formas, Jonathan Edwards era el único hijo entre diez hermanas inusualmente altas a las que su padre, ministro, se refería en broma como sus “sesenta pies de hijas”. Su madre, Esther Stoddard Edwards, también conocida por su estatura, educó a sus once hijos y a otros en Northampton en una escuela que consistía en una habitación en la planta baja de su granja. Más tarde recibieron la misma educación que Timothy impartía a los niños de su parroquia en East Windsor, Connecticut. Las niñas recibían clases junto con su hermano (en algunos casos eran ellas las que le daban clases a él) de teología, filosofía, latín, griego, hebreo, historia, gramática y matemáticas. Todas, excepto Mary, fueron enviadas a la escuela de bachillerato de Boston. Pero casi todo lo que queda de la impresionante tradición de aprendizaje femenino de esta familia del siglo XVIII son unas sábanas tejidas probablemente por su madre, un pequeño fragmento azul del vestido de novia de Sarah Pierpont Edwards, un diario mantenido por Esther Edwards, la hija mayor de Jonathan y Sarah, y varios trozos desgarrados de los escritos privados de su hermana menor, Hannah.
Un día, por casualidad, abrí una carpeta titulada Diario de Hannah Edwards Wetmore, de mano de su hija Lucy Wetmore Whittlesey. En su interior había una copia de “los escritos privados” de la hermana de Jonathan. La letra cursiva de Lucy, de finales del siglo XVIII (mucho más fácil de leer que la de su tío o la letra de su madre) comienza con un fragmento del salmo 55.6: “Oh, si tuviera alas como de paloma! Volaría lejos y descansaría”.
El impacto visual y acústico de ese primer “Oh” exclamativo en ese papel marrón envejecido, me hizo pensar precipitadamente en la gran novela de Henry James Las alas de la paloma y en la belleza de la versión de King James del salmo 55 en relación con su amplio uso en esta novela en la que James encuentra tan perfectamente su forma para la obra que vendría después. La huérfana ficticia Milly Theale, “golpeada y condenada, condenada a morir en un corto respiro, a la vez que enamorada del mundo” está basada en la prima americana de James, Minny Temple, de cuya muerte prematura se nutre como artista. James da vida a Minny en Las alas, y de nuevo en 1914 al final de su extensa carrera como escritor, James cerró el segundo volumen de sus memorias Notas de un hijo y hermano con un capítulo construido alrededor de extractos de cartas que Minny había escrito a su amigo mutuo, John Chapman Gray, poco antes de su muerte, 44 años antes. El capítulo 13 termina con este párrafo: “La muerte, al fin y al cabo, era espantosa para ella. Habría dado cualquier cosa por vivir, y la imagen de esto, que iba a permanecer conmigo durante mucho tiempo, me parecía tan esencialmente trágica que en un futuro lejano traté de aplacar el fantasma al envolverlo en una ocasión particular, contribuyendo a la belleza y dignidad del arte”. James manipuló intensamente los originales que Gray le había proporcionado y luego los destruyó. También omitió las extraordinarias cartas que ella envió tanto a él como a William, el hermano por el que dijo estar hablando antes de enviar la correspondencia de Minny a través del océano. La viuda de William James, Alice Howe Gibbons James, y su hija Mary Margaret transcribieron cuidadosamente los originales a mano.
En las bibliotecas de investigación y las colecciones especiales, las palabras y los objetos vuelven a ocupar su lugar. Este mundo conocido. Este momento exacto. La mayor parte de mi vida de escritora la he pasado en Connecticut, no lejos de donde vivió y escribió Hannah Edwards Wetmore. Al leer sus escritos privados experimenté, a través de una invocación oculta de vínculos verbales y fuerzas, las cualidades peculiares de nuestras luces y colores que cambian con las estaciones. Es un segundo tipo de conocimiento: tierno, enmarañado, violento, honorable e infinitamente variado.
El nombre de pila de Hannah empieza y termina con el fonema aspirado H. Letra espectral H-oculta-pensamiento rápido-alcanzado a través del fuego de la lectura. Tocar es alcanzar.
La poesía no tiene pruebas ni planes ni evidencia por decreto ni de ninguna otra manera. Desde algún lugar en el reino crepuscular del sonido se enciende un espíritu de fe en el punto donde el significado se detiene y la irrealidad de lo que parece más real nos invade. El ardor interior que siento cuando trabajo en bibliotecas de investigación es intuitivo. Es una sensación de autoidentificación y confianza, o la concesión de la gracia en una sala ordinaria, en un tiempo secular.
Gracias.
*Expresión para indicar que la información proviene de una fuente confiable o de primera mano.