EL MALESTAR EN LA UNIVERSIDAD Y LO QUE AHÍ ADVINO

 

EL MALESTAR EN LA UNIVERSIDAD Y LO QUE AHÍ ADVINO

 

«Es necesario ser arbitrario para hacer cualquier cosa»
León Rozitchner

solo me es posible pensar
en espiral y escribir en ritornelos

Por John Jairo Cuevas Mejía

I

Nuestra época es una época de ocasos. Quizás se trata del abendland definitivo, como así lo poetizara Fernando Cruz Kronfly según las resonancias heideggerianas en la atenta escucha de su mirar. Uno de estos ocasos es el de la idea de la Universidad en su estricto sentido moderno, o al menos se trata de la consolidación de su modo de ser contemporánea que de ninguna manera le ha implicado «ser absolutamente moderna»; a lo mejor no estamos más en la época en que las instituciones de origen moderno —aún en pie— encuentran en el proyecto cultural de la modernidad su justificación y puntos de anclaje para asegurarse su legitimidad en las sociedades contemporáneas. Desde otrora, y según la heterogeneidad de sus formas de organización, la Universidad ha debido enfrentar distintos embates que pusieron en duda sus fundamentos: los diversos ataques que se propusieron eliminarla —como en las dictaduras militares del Cono Sur o en los regímenes dictatoriales de Europa—, los intentos de someterla a la interminable tarea de ofrecer permanentemente justificaciones sobre su pertinencia —como en los actuales procesos de certificación—, o el deseo de doblegarla a la Razón e intereses de Estado —como sucediera ante el ascenso de los Nacionalsocialismos durante la primera mitad del siglo XX o como ocurre en la actualidad con los procesos de acreditación de todo tipo—, entre otros. Sin embargo, hasta hace muy poco, estas amenazas permanecían en una posición excéntrica a la Universidad, garantizándose de este modo que su praxis centrada en la producción de conocimientos y en la práctica de saberes no fuese puesta en duda. En el panorama actual, e intervenida por la Razón de la época que como una termita devora sus cimientos desde adentro hasta que en el exterior —sin remedio— se hacen notorias sus consecuencias, la Universidad ha venido a ser/hacer semblante de la forma empresa. Como las termitas, esta Razón se gest(ion)a desde su interior en donde apuntala las condiciones de una mutación en el fundamento mismo de la Universidad que la deja desbrujulada en relación con sus legados modernos y desprovista de puntos de amarre, salvo el de devenir útil y pertinente al espíritu de la época para el que seres y enseres deben someterse a su permanente homologación con la forma mercancía.

Presentar así el estado de la Universidad elude reproducir el argumento, de amplia circulación entre quienes discuten o justifican su sentido, con el que se la excusa por su devenir actual a cambio de responsabilizar al ámbito institucional por el declive de su reconocimiento. Contrario a esta visión en la que resuena cierto idealismo que omite la materialidad que en la actualidad la constituye, la mutación en tránsito en la idea de Universidad es consecuencia, al menos en parte, de procesos inmanentes a sí misma apuntalados por su propia carcoma que desde otrora ahí adviniera.

II

Creemos que es importante indicar la ocurrencia de esta mutación en la idea de la Universidad, por tanto, en su función antropológica, toda vez que arrastra consigo significativas torsiones y erosiones en la tarea misma del pensar. Las formas de producción y transmisión de conocimientos, así como la práctica de saberes que los hacen posible, que en otro tiempo tuvieran en la Universidad una espacialización que priorizara el ejercicio de un pensar en libertad, se encuentran desde hace varias décadas bajo amenaza. No pretendemos sugerir con esto que han desaparecido las prácticas del pensar que todo lo interrogan y discuten, y que en su momento asumieran diversas formas de organización en el espacio plural que la Universidad hiciera posible. Más bien, lo que queremos advertir es que su núcleo duro —para evocar con esto la programática en que se ordena el operar científico— ha sido parasitado por un régimen discursivo cuya puesta en acto autoriza se ponga en duda la tarea misma del pensar; hay en el modo de ser actual de la Universidad un régimen de circulación de ideas/palabras/recetas/semblantes, a saber, un Discurso que con sigilo se fue sedimentando hasta tornárselo lengua común otrora impensable para sostener un decir (universitario) veraz. Esta neolengua que tiene en el management la materialidad significante con la que asume la tarea de representación de lo universal, ha capturado todas las experiencias universitarias para someterlas a los criterios de utilidad y eficiencia con miras a lograr la (auto)valoración siempre en concordancia y correspondencia con lo que vale la pena para el Mercado, su nueva referencia fundadora.

Si Jacques Derrida insistía en una Universidad sin condiciones, la experiencia que se nos abre ahora es producto del imperativo que exige que todo se traduzca a la forma empresa: Universidad-empresa, investigación-empresarializada-innovadora, profesor-innovador-experto, estudiante-emprendedor-innovador o, lo que es equivalente, toda práctica educativa debe ser análoga a una práctica empresarial. Planteado en un sentido radical: así como en las sociedades contemporáneas no existe experiencia de la vida instituida que pueda situarse como exterioridad al neoliberalismo, las prácticas universitarias no tienen más como su afuera o límite constitutivo a las prácticas empresariales porque han devenido inmanentes a estas.

III

La capilaridad en la que se expanden las prácticas discursivas del neoliberalismo ha alcanzado a la Universidad, al punto de penetrar la totalidad de su forma, primero, para cultivarlas y reproducirlas, después. No hay confín de lo universitario que se encuentre por fuera de esta intervención: la acreditación institucional o de programas; los registros calificados; el reconocimiento de investigadores y la medición de grupos de investigación; la paperización de las prácticas de escritura; los rankings globales/locales y sus métricas sobre lo universitario; las rúbricas, el «aseguramiento del aprendizaje» y demás formas de auditoría; son algunos ejemplos de prácticas empresariales homologadas ahora como prácticas educativas. Dicho de otra manera, prácticas empresariales que hacen semblante de prácticas educativas. La espacialización de lo universitario en la contemporaneidad tiene en el Discurso del neoliberalismo su referencia fundadora, garante de sus modos de ser y de hacer que alimentan la condición de la época al tiempo que refuerzan la reproducción de la competencia, la flexibilidad, la innovación, entre otros esquemas con los que este Discurso captura y emplaza todo lo existente.

Una vez la capilaridad de sus prácticas discursivas modulan la dimensión identitaria de la Universidad, todos los modos de ser y de hacer que no resulten traducibles u homologables a su trama son puestos en duda y paulatinamente despojados de su legitimidad. De manera que persistir en un pensar que sea exterior a estas prácticas se ha tornado en un desafío para quienes, en su rol intelectual, profesoral o estudiantil, mantienen una relación disfuncional con la realidad social en general, y con la universitaria en particular. Es suficiente con insistir en el compromiso con la práctica de una escritura y lectura difíciles, y por lo mismo transformadoras, para que se advierta cómo actúa el Poder que conduce hoy a la Universidad. Las prácticas de resistencia a los valores de la época que promueven el evangelio de la comoditización no son fácilmente localizables, al menos no al interior del mundo de la vida universitaria, mucho menos en las existencias que desde los faros de la institucionalidad a la fecha aplauden y promueven las experiencias de lo fútil cuando antes estaban llamadas a garantizar el sentido de lo superior en la educación. Los movimientos que acogen y hacen posible un pensar en libertad discurren ahora en los extramuros de lo universitario. Esta mutación, que supone el tránsito de haber sido un espacio plural que queda ahora reducido a la homogeneidad del pensamiento único que tiene en la innovación uno de sus vectores de expansión, indica que la Universidad no es más la garante del pensar crítico como tampoco condición de posibilidad para el advenimiento de procesos de subjetivación en los que a este pensar se lo hace carne.

IV

El proyecto moderno había sido determinante para el uso público de la razón crítica, es decir, de aquella forma del pensar a la que le fuera posible alcanzar una conciencia capaz de indicar aquello que la causa y, resultado de ese mismo movimiento, ser capaz de ponerse en cuestión y en tensión. De igual modo, en nuestra época estuvimos atravesados por la urgencia, ya no trascendente sino inmanente, de localizar al quien que en lo social hacía posible toda forma de pensar. La política del pensar, para plantearlo de alguna manera, se abrió paso de distintas formas a lo largo del siglo XX problematizando al conocimiento que moldea[modela] al mundo según sus prácticas de saber/poder/verdad; es a esta política la que la gestión neoliberal de las Universidades se ha propuesto anular o resignificar para ponerla a su servicio. Con ello, la posibilidad de hacer advenir un pensar que discuta y problematice los anudamientos entre concepto y vida se torna ciertamente difícil, como consecuencia de las prácticas discursivas dominantes que nos interpelan para producir/reproducir solo lo que marcha, aquello que haga (hace) función para el funcionamiento del mundo tal cual nos ha sido presentado. Es la condición de inadecuación con lo que funciona y se hace norma lo que designamos como malestar en la Universidad, en parte porque nuestros modos de ser—pensar—hablar—hacer no hacen función o, más bien, devienen disfunción diseminadora del desacoplamiento del mundo. Por esto, todo malestar es siempre también disconformidad, un no adecuarse a las formas, un desvelar lo que en la adecuación definitivamente no marcha. Este desacoplamiento opera como embrague para accionar la tarea de pensar, que más que detenerse en la luz que no permite el mirar porque lo ciega, se arroja al terreno de sombras, de palabras–cosas que no encajan, hasta provocar el advenimiento de un saber de otro modo y un conocimiento que desdeña ser reducido a simple utensilio.

V

Si la capilaridad de las prácticas discursivas del neoliberalismo expandidas a lo largo del todo social ha alcanzado a la Universidad, al punto de adecuar la forma de sus territorios en los que se cultivara el pensar para que en cambio ahora afloren las formas establecidas por este Discurso en el que solo tiene valor lo homologable a la forma mercancía, consideramos estratégico insistir en volver a sus legados simbólicos, tanto a la práctica de una razón crítica como a su política del pensar. Esta especie de retorno debe, según la resonancia normativa que en este término se hace eco, ser conservador —no en el sentido partidista; tampoco en el clasista— en la medida que abre la disputa acerca de lo que merece ser conservado ante el avance del espíritu de la época que todo lo inmola en el altar de la innovación. Es esta la arbitrariedad de nuestra conjetura, pues suponemos que así emerge una apuesta que, arrojando a la Universidad a la inmanencia del mundo de la vida, desacopla lo que se nos muestra como homogéneo permitiéndonos captar en las representaciones sociales de lo liso lo que es estriado, e indicar así que tras la ilusión del consenso se ocultan dispositivos desplegados por el Poder que apuntan siempre a la negación del conflicto, y que tras la demanda generalizada de innovar subyace el más férreo deseo por la sedimentación de aquello que no cambia —y que no quiere ser cambiado—. No obstante, si hemos insistido en asumirnos en los legados del pensar crítico otrora bastión identitario de la función antropológica de la Universidad, en modo alguno esto supone eludir las consecuencias de su captura como función determinante para la operación de los engranajes de lo social según su modo de ser contemporáneo, a saber, su condición neoliberal. No tenemos más alternativa que asumir, también, una desconfianza profunda por el pensamiento crítico que hace identidad con la Universidad, y que al hacerlo reproduce formaciones de Estado, al tiempo que avanzamos en la tarea de abrir espacios para el pensar con, desde y a pesar de la crítica.

VI

Este malestar del que la Universidad también es portadora se torna en condición de posibilidad para elaborar una nueva relación con la verdad. Las relaciones sociales fetichizadas por el Capital causan la impotencia y la imposibilidad para que tenga lugar un cambio, es decir, nos sumen en un apego por la solemnidad de las seguridades de lo que permanece siempre igual y que solo nos autorizan experimentar cierto desconcierto del tipo paralizante, que en últimas opera como función del funcionamiento. La práctica de una crítica solo ceñida a la moral de un ideal en cuya positividad busca sacrificar —por la vía de la comparación— las afectividades que resisten al presente, al final, en lugar de conseguir cambiar algo, fortalecen los mecanismos que expanden la socialización del Capital. Es a esta normalización de las relaciones sociales a la que oponemos una práctica y una erótica del concepto que guardan una relación indisoluble y que se sustraen a devenir saber universitario según sus modos de ordenarse en profesiones y oficios, para en su lugar permitimos discutir por una vez y para siempre «nuestra adhesión personal a muchos valores y estilos de vida dominantes» al tiempo de indicar que los males que nos aquejan no reclaman una solución técnica pues se trata siempre de problemas sociales. Más que la prevalencia de la mirada moralista que lo reduce todo a la codicia de algunos, partimos de nuestro deseo como condición de posibilidad para el advenimiento de una práctica de escritura que apunte a problematizar los fundamentos del sistema y que explore modos de hacer de nuevo pensable «la vida que merece ser vivida». Si apostamos por una erótica del pensar, es porque la articulación concepto—vida exige reconocernos como sujetos del deseo y, en esta medida, aceptar que lo que hace posible al pensar es siempre un cuerpo en el que yacen inscriptos y en el que resuenan con sentido los afectos que sostienen a los conceptos. Esta posición, por supuesto, va a contramano de las prácticas discursivas que han capturado la territorialidad del pensar en la Universidad y que han sometido su cuerpo social al Poder de la época, a los automatismos propios de su régimen de enunciados que circulan a escala glocal, a sus mecanismos de abstracción en los que se subsume la vida toda, y a sus imperativos de rendimiento y autovaloración a los que condena toda búsqueda de reconocimiento. Pensar se ha hecho equivalente de aprobar cursos, tener títulos, publicar artículos, obtener certificaciones, inscribir patentes; esta forma descafeinada del pensar gana legitimidad si como función permite que la maquinaria de lo mismo siga andando y asegura se continúe subsumiendo la vida toda en la experiencia de la muerte apuntalada por las abstracciones inmanentes al valor de cambio. Mientras que la erótica del pensar por la que apostamos exige discernir el presente, someterlo a las tensiones propias de la alteridad en lugar de seguirnos sumergiendo en las aguas de la mismidad.

VII

Insistimos en el malestar porque la organización de los saberes y sus modos de profesarlos, pretendida e insistentemente, se la ha hecho análoga al tejido empresarial. Si otrora se insistía en una Universidad sin condiciones, era porque se trataba de una exigencia esencial, no artificial, a la necesaria distinción entre el mundo de la vida y la Universidad. Y no es porque esta lograse su consistencia como mera exterioridad del mundo de la vida, más bien, inmanente a este se desplazaba a sus pliegues para desde allí producir la distancia necesaria para fundar el «soy esto» porque «no soy eso». La existencia de esta brecha, de este límite que se experimentaba como sustracción del mundo de la vida, cumplía un papel instituyente toda vez que permitía fijar una identificación -precaria y contingente- que orientaba las prácticas sociales e institucionales de los saberes y de la Razón crítica que, sin temor a confusiones, obraron como coordenadas constitutivas del otrora denominado ser universitario. En la actualidad, y como parte de lo que los sociólogos han denominado «el proceso de desinstitucionalización de la sociedad», la Universidad no logra introducir esa brecha, lo que la ha arrojado a devenir análoga a lo otro y no más a ella misma. Es como resultado de este proceso de indistinción entre el yo (Universidad) y lo otro (Sociedad) que las prácticas educativas de la Universidad con facilidad son sustituidas o resignificadas por prácticas empresariales; tal como sucede con lo propio de la formación que se lo confunde con la instrucción; al pensador con el publicador y experto; entre otras dinámicas atribuibles al proceso de empresarialización de la vida universitaria toda vez que de este modo, parece, nos hacemos ciudadanos legales de la época en la que la forma empresa se torna en imperativo para la organización de la vida individual, colectiva e institucional. Así lo captó David Lodge en su novela ¡Buen trabajo! cuando Vic Wilcox, un empresario invitado al comité de una Facultad de Letras de una Universidad en la Inglaterra de Margaret Thatcher, concluye con aguda precisión: «Ustedes están hablando de racionalización. Reducción de costos y mejora de la eficiencia. Mantener la plantilla de trabajadores más reducida. Lo mismo que en la industria».

VIII

Cuando la función administrativa captura todo el campo de la representación de lo universitario al punto de someterlo, primero, resignificarlo, después, se torna estructuralmente imposible el pensar que pone en cuestión y en tensión los fundamentos que dotan de sentido al mundo humanamente instituido. Si dijimos antes que en la Universidad advino su propia carcoma, se debe a que la técnica de la que procede el management se profesa al seno de lo universitario, en donde se la cultiva y donde ha conformado una élite que con sutileza apropió para sí lo que otrora estuviera bajo el dominio de la función académica. Tal como lo ha mostrado Benjamin Ginsberg, en la Universidad contemporánea la razón administrativa ha logrado sustituir al faculty. Si bien la función administrativa ha sido consustancial a la organización cerrada a la pertenece la Universidad[1] y en donde hasta hace poco permaneciera al servicio del faculty, en su condición actual esta relación se ha invertido y es la función administrativa, y quienes la representan y encarnan, la que ha subordinado al faculty para ponerlo al servicio de sus procesos que, como sucede con la técnica, son acéfalos. Este automatismo del management, cultivado como profesión y encarnado en prácticas de saber/poder, se ha expandido por la espacialidad de lo universitario exigiendo la eficiencia como criterio de validación de toda práctica social e institucional otrora allí cultivada y cosechada. A pesar de que sigamos hablando de lo educativo en las territorializaciones de lo universitario, las situaciones de empresa paulatinamente han realizado la subsunción de lo que a falta de un mejor nombre todavía seguimos denominando acto educativo. Las prácticas empresariales, sin suscitar extrañamiento entre quienes en otro tiempo hubiesen manifestado su inconformidad, se han hecho análogas a prácticas educativas. Esto no sería posible si el campo de lo educativo, y en este el de la educación superior, no estuviese sostenido en condiciones de posibilidad ha rato empresarializadas. Basta con advertir hoy los rituales al seno de lo universitario en los que, con total normalidad, realizan lo que Eduard Aibar ha llamado «el culto a la innovación».

IX

Quien le ha puesto el cuerpo al acto educativo con facilidad advierte su dimensión relacional y contingente, al tiempo que reconoce su consonancia con la naturaleza del verbo, pues como este, para habitar(nos) entre nosotros el acto educativo exige siempre se lo haga carne para su puesta en escena en el teatro de máscaras de la clase, la tutoría, la conferencia. En cambio, el deseo administrativo que aspira a homologar en sus esquemas de planificación-organización-dirección-control todos los deseos, profesa una fe absoluta en la cifra que le lleva a difundir e imponer sus «rúbricas» sin quién, sin dónde, sin cuándo. Es en estas condiciones en que se nos presenta el porvenir de la educación en general, y de la universitaria en particular. De esta manera resulta comprensible la consumación de la búsqueda de control por parte de las élites administrativas que, como las termitas que mencionáramos al inicio, se reproducen y avanzan desde el interior del campo de lo universitario imponiendo en nombre de la eficiencia el «qué» en lugar de «quién» en un «ahora» que se propaga sin «cuándo» y sin «dónde». La consumación de este proceso se concreta en la mutación del acto educativo cuya potencia en tanto que acto es suprimida para arrojarlo al terreno de lo planificado que el cálculo siempre anticipa y que le asegura su devenir dato contable y auditable. Es gracias a la capilaridad del management, cultivado en los mismos campos donde otrora se transmitieran con entusiasmo las funciones primordiales del pensar, que esta nueva idea de Universidad —en plena efervescencia— se erige en las antípodas del proyecto cultural de la modernidad y su correspondiente misión antropológica. Esto que adviene en la Universidad, este nuevo sentido, no es reducible a una simple determinación externa, sino que en buena medida es inmanente al campo de lo universitario donde se agencia una suerte de homología con la empresa y su modo managerial de resolver cómo se organiza el trabajo, a saber, con una administración de las cosas siempre en nombre de la eficiencia. La distinción esencial y no meramente relativa entre el «aquí» de lo universitario y el «allá» de lo social que hiciera posible establecer un lugar de autoridad/legitimidad para el ejercicio de sus funciones misionales, hace aguas por todas partes. Cuando el «aquí» y el «allá» se vuelven equivalentes, pero el «allá» se encuentra determinado por la forma empresa como supo notificarnos Michel Foucault, el «aquí» de lo universitario adopta ese esquema de organización renunciando a la impertinencia que caracterizara a sus prácticas en nombre de aceptar la apuesta de hacerlas solo pertinentes. La Universidad sin condiciones a la que otrora se refiriera Jacques Derrida ha sido sustituida por la universidad corporativa de la que nos previene Bill Readings.

X

Con motivo de estas transformaciones en la Universidad, tiene ocurrencia el avance de la denominada innovación educativa que supone, al tiempo que lo ofrece como prueba de hecho, que las prácticas educativas atadas al sentido más clásico de la Universidad permanecen atrapadas en su incapacidad de innovar. Para que este avance se consolide, el management que dinamiza esta mutación a la que nos venimos refiriendo establece una jerarquización que tiene como punto de partida la articulación clásico/viejo/malo y como punto de llegada la articulación innovación/nuevo/bueno, a este dispositivo moralizante se someten todas las prácticas educativas para su evaluación y posterior adecuación de aquellas que no se correspondan al espíritu que domina la época. Sin embargo, este «culto a la innovación» introduce un sentido estrictamente funcional a la planificación y control propias del management, a saber, una innovación reducible a la instancia del número que esquiva toda determinación de la letra; la razón de esto es que se pueda considerar como innovación solo aquello que sea predecible y medible y que permita su eficaz y rápida traducción a la positividad de un objeto de consumo, por un lado, pero también que se someta al imperativo de la positividad de la evidencia que asegura la gubernamentalidad de la auditoría. Nos guste o no, una Universidad que hace que todas sus prácticas se tornen pre-decibles, que las subsume en los esquemas de un régimen de cálculo que hace de lo heterogéneo homogéneo, no innova. La innovación, en un sentido más amplio y radical, participa de la misma potencia del acontecimiento, y este tiene como condición de posibilidad lo inesperado, lo incierto, la incerteza. Las enunciaciones que se autorizan indicar que la Universidad contemporánea está en falta de innovación, lo hacen en el sentido más reducido de la innovación —que en la actualidad es el más extendido— que apunta a la equivalencia entre objetos educativos y mercancías disponibles para uso y consumo en y para los mercados de trabajo. El malestar en la Universidad que tratamos de cernir aquí hace referencia a la conciencia de este proceso de subsunción del pensar en la forma mercancía que las situaciones de empresa animan y que son gest(ion)adas en la Universidad contemporánea.

XI

Esta subsunción del pensar en la forma mercancía es correlativa del declive de dos funciones sustanciales en un sentido absoluto al pensar: preguntar y negar. Como en su momento lo afirmase Martin Heidegger, preguntar y negar son parte constitutiva de la devoción del pensar. Esta devoción resultó fundamental al establecimiento de la Universidad sin condiciones que el proyecto cultural de la modernidad hiciera posible, toda vez que la distancia a la que nos refiriéramos antes como aspecto esencial para la constitución de la Universidad requirió del preguntar y el negar como mecanismos empleados en la tarea de profanar la naturaleza de las cosas, la relación con las cosas y las relaciones sociales que siempre se nos presentan como semblantes de lo dado de antemano. Alcanzar esta profanación no es posible sin el preguntar y el negar sobre los que se amalgama el conocimiento que pone de manifiesto que entre las palabras y las cosas existe algo más que solo semblante. Este ocaso del pensar, y de su potencia del negar que todo lo interroga consustancial a la tarea de producir conocimiento del mundo, es análogo al ocaso de la Universidad en su sentido moderno. Si esta práctica del pensar ha entrado en declive se debe, en buena medida, a que el espíritu de la época ha puesto bajo amenaza la materialidad de la palabra, a saber, el lenguaje verbal en que se lo sostiene.

XII

Para el Capital, así lo indicaron Gilles Deleuze y Félix Guattari, el lenguaje verbal constituye un obstáculo a superar con el fin de garantizar el avance y expansión de la forma mercancía. Hasta hace poco, en los intramuros de la Universidad se cultivaba el lenguaje verbal, especie de lengua que instituía una gramática centrada en la articulación desear-saber-conocer; en la actualidad, y ante la primacía de la utilidad de lo útil, avanza el imperio de la imagen que no interroga ni niega y por esto es celebrada en tanto en cuanto es funcional al Capital. Esta consustancialidad con el espíritu de la época en donde la búsqueda de la verdad, y el pensar-saber centrado en la palabra-logos cuya materialidad le sirviera de medio, ha sido sustituida por la búsqueda de la utilidad. Si la Universidad en la modernidad se autorizó de forma inmanente en la Razón como en su momento lo admitiera Immanuel Kant, erigiéndose de este modo sobre los cimientos de la palabra-logos, la universidad corporativizada, que también se autoriza de forma inmanente, en su lugar lo hace en la racionalidad práctica del management que siempre va a la búsqueda de la utilidad de seres y de enseres, que parasita con sus imperativos -de rendimiento, de productividad, de eficiencia, de autovaloración y de autogobierno- todas las prácticas de saber, éticas y políticas en que otrora el sentido de lo universitario se instituyera y les sustituye con el imperio de las imágenes cada vez más sin mediación del lenguaje verbal.

XIII

No estamos diciendo que en la actualidad se ha consumado la transformación de la Universidad en una empresa, sí que los signos de esa condición asoman por doquier. Mientras las universidades funden su deseo en el deseo administrativo, ocurre que el sentido de la Universidad como condición de lo universal se oscurece. Parafraseando el decir del poeta, a la Universidad se le cayó el suelo de las manos. Pareciera que el uso de la palabra (logos) que discierne no le fuera más necesaria, ya que la demora en las prácticas de saber universitario se han hecho signo de ineficiencia e inutilidad según el pregonar de los managers del alma. Esta «no demora en la transmisión de un saber vacía a las aulas de deseo», a la escritura la reduce a medio de desubjetivación pues no hay ahí más un yo qué producir, y a la investigación la condena a producir objetos técnicos que cumplan con el mandato de ser útiles sin que esto les signifique relación alguna con la verdad. Es el management gest(ion)ado en la Universidad el que apuntala que las prácticas de saber y el conocimiento que producen no pasen por la verdad, más bien, se insiste en que estas solo deben propiciar su eficiencia y rendimiento. Este sendero hacia la empresarialización de la vida universitaria, o lo que es lo mismo que toda práctica universitaria devenga análoga de una situación de empresa, conduce a la puesta en duda de la vida en democracia: «Odiar el ágora, el espacio en el que debatimos públicamente, es una de las principales formas de debilitamiento de las instituciones democráticas».

XIV

Ser absolutamente moderno, según la exigencia del gran poeta Rimbaud, tiene como condición de posibilidad su otra gran petición: la reinvención del amor. Es en los terrenos de este afecto que tiene lugar para nosotros la disputa por «una universidad en la que lo impredecible puede llegar a ser un acontecimiento». De tal manera que es en la senda de devenir amateurs que encontramos una posibilidad para problematizar a la Universidad contemporánea y su lengua de madera. Asumir el malestar al que aquí nos hemos referido y que se expresa en una relación disfuncional con la Universidad en su modo de ser actual, apunta por aceptar la responsabilidad del pensar que exige volver a inventar, en toda su materialidad, prácticas de saber, éticas y políticas que apunten a restituir la vida que en el tejido universitario se halla forcluida. Esta erótica de la teoría busca eludir la primacía de la correlación de datos que, ha rato, no nos dice nada acerca de las vidas que merecen ser vividas. Este retornar a los afectos modernos va a contramano de quienes ven en la modernidad solo la razón calculadora y olvidan que en los cimientos de lo moderno los afectos hicieron lo suyo. La Universidad, y este constituye otro gran olvido, es hija de las pasiones del alma moderna. Mientras el actual «dominium mundi» del management y su singular antropología enfocada en tornar en situaciones de empresa las prácticas educativas de otrora, ha propiciado la subjetivación de hombres y mujeres con el único atributo de establecer relaciones consigo mismos y con la alteridad del mundo basadas en el cálculo de lo útil. Apostar por inventar una nueva narración sobre la Universidad, no reducible a la mirada economicista centrada en resolver el acceso y la pertinencia de la educación superior según las exigencias de las ocupaciones y la competencia en los mercados de trabajo actuales, requiere revalorizar la impertinencia que la autonomía universitaria en su momento posibilitara camino de una antropología universitaria enfocada en prácticas de saber, éticas y políticas funcionales al establecimiento de la vida en democracia. Ser amateurista nos conduce a canjear nuestro punto de partida, no preguntarnos más por «¿Qué Universidad queremos?» sino ¿Qué es hoy la Universidad? Que, leída a la luz de la articulación de prácticas de saber, éticas y políticas que el espíritu de la época busca clausurar, traducimos en artefactos en los que resuena la inconformidad inherente al malestar, al tiempo que hacen posible la problematización de los sentidos fijados a todo su campo instituido: ¿Qué Universidad para cuál sociedad? ¿Qué estudiante para cuál Universidad? ¿Qué sociedad para cuál estudiante?

 


[1]En este caso se la debe diferenciar de lo que ocurriera con peripatéticos y sofistas quienes impartían sus enseñanzas sin el concurso de muros o cualquier otra forma de organización cerrada.

La imagen fue creada por les editores del blog con IA.

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