Diciembre también huele a guerra

 

 Diciembre también huele a guerra

 

Por Luis E. Tobón

 

Diciembre. Para la mayoría, el mes de la alegría: de paseos y fiestas, de comida y trago. Los entiendo y envidio. Para mí es el mes del peor recuerdo, el mes de la muerte y de la soledad, de los malos olores. Creo que la vida se acomoda en el cerebro según aparecen los olores: vapores o gases, humos o perfumes se retuercen en medio de imágenes, sonidos y emociones para formar una colección de recuerdos brumosos y etéreos, deformes.

Tenía solo seis años, era diciembre, hace ya 25 años. Caminaba feliz con mi ropa nueva, cogido de la mano de mi madre y un carrito de madera de la otra, una camioneta verde. Íbamos a la escuela, a una fiesta, creo. Escuchamos un helicóptero militar; imaginé que traía los regalos. Recuerdo mi felicidad, pero también la preocupación de mi madre, quien me apretó con fuerza. El helicóptero, ya casi encima, soltó una caja grande, pesada. En mi lógica infantil pensé que eran los regalos que dejaron caer, como si fuera una piñata. Mi madre solo tuvo tiempo de cubrirme.

La explosión dejó 17 muertos y más de 20 heridos. Pasé varias horas bajo su cuerpo, antes de quedarme dormido, sintiendo su olor a carne chamuscada, a óxido de sangre fresca, al de la pólvora que lo cubría todo. Desperté varios días después en Tame.

La paz es el lugar en el que la pólvora huele a fiesta, no a madre muerta.

 


La imagen fue seleccionada por les editores del blog. Foto de Marek Studzinski en Unplash.

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