Piedad Bonnett


Como parte del programa Literatura hoy: nuevas formas de la poesía latinoamericana de la Biblioteca Luis Ángel Arango -2022, escritoras colombianas cuya conversación dura poco más de 1 hora y está disponible YouTube, Piedad Bonnett habló con Santiago Espinosa.

Este hallazgo cambió nuestros planes, los de Incontable dispersión, pues nos habíamos propuesto otro ejercicio; sin embargo, los libros de Piedad están en nuestra biblioteca, desde hace años nos acompañan, conmueven y nos ponen a conversar, así que decidimos traer acá su voz, su propio mirarse y hablar de sí.

Pero ¡ojo! Esto no es una transcripción minuciosa ni exacta ni completa de la conversación con Santiago; es nuestro recorte arbitrario, un tanto desprolijo pero respetuoso, con el que buscamos que la conozcan y vayan a sus libros (o vuelvan cada tanto como nosotros) con curiosidad y emoción redobladas.

Agradecemos a Juan Caicedo por la bella ilustración que acompaña.

Ahora sí, bienvenides.


 

Piedad

En ese libro que se llama Lo que no tiene nombre yo cuento que Daniel, cuando estábamos en el avión en que veníamos de Brasil y sufrió ese episodio psicótico que fue el único verdaderamente grave que tuvo, me decía “mamá, yo era un niño; mamá, yo era un niño”, que era como la manera de decir que el destino había sido demasiado rudo con él. Y hay otro poema mío que es premonitorio -claro que yo tenía una cierta premonición de la muerte de Daniel- cuando él se fue para la Universidad de Columbia en los Estados Unidos yo escribí “otra vez sales de mí, pequeño, mi sufriente” y hablo de que es como una especie de desprendimiento, otra vez, del útero, para siempre. Ese poema lo leímos el día de la ceremonia en que lo despedimos en la Universidad de Columbia, primero, y luego en la Universidad de los Andes. Otra vez sales de mí, pequeño, mi sufriente. De manera que la poesía sí tiene ese poder de hablar en cada momento de una manera distinta y encierra un carácter profético. Eso se ha dicho siempre de la poesía y es como increíble mirarla desde ahí, pero sucede, sucede a veces. Ahora, me ha interesado el tema de lo masculino y de lo femenino; yo diría que sobre todo de lo masculino, porque yo sentí muy pronto la fustigación de lo masculino, podríamos decirlo; ese padre que yo tengo, y el poema lo dice, sentía que su obligación era ser muy severo con nosotros, y yo que debía ser una niña hipersensible, el castigo que él me infringía, porque, además, yo era una niña muy rebelde, siempre lo resentí muchísimo; resentí su autoridad, su autoritarismo. Luego me pasó lo mismo con Dios, que era como la idea platónica de la masculinidad, como un Dios castigador, un Dios que siempre lo estaba mirando a uno, acechándolo, y tengo un poema también sobre eso: sobre Dios, sobre el padre, sobre el marido, porque los maridos también, de alguna manera, tratan de reproducir ese modelo en que han sido criados que tiene en el fondo un talante autoritario. Por fortuna ya esas cosas no son así, pero sí me ha interesado sobre todo la ambivalencia de lo masculino, en que esa fragilidad se disfraza de fortaleza y a veces, digamos, la violencia es solamente la máscara de una fragilidad o de una inseguridad o de una duda sobre cómo proceder y, sobre todo, ese peso terrible de la masculinidad, porque yo creo que a los pobres hombres los han cargado con muchas cosas; primero, con el papel de proveedor, que era él el que tenía que ver por una familia y tenía esa obligación, esa responsabilidad. Kafka lo mostró muy bien, en su literatura, por una parte, la presencia tremenda del padre impositivo, por otro lado, él, que de alguna manera tenía que sostener a su familia. Después uno lo ve en José Asunción Silva también, como la tragedia de tener que asumir una responsabilidad que a veces no se quiere tener; y también como que les prohibieron llorar y tantas otras cosas que durante tanto tiempo tuvieron que sostener, entonces esa imagen problemática del hombre me ha interesado en general.

 

 

Santiago

Yo siento que uno, sacando un verso o un poema suelto de Piedad, uno comprendería ese mundo, ese corpus, ese cuerpo que ha creado Piedad y que es un poco el cuerpo de cuando estamos tristes; como ese insistir también en el dolor, ese insistir o perseverar en esa emoción a través del cuerpo. ¿En qué momento Piedad, tú comenzaste a comprender que tu escritura era una poética del cuerpo?

 

Piedad

Yo al principio pensé que mi poética era la de la cotidianidad. Sobre todo, en mi segundo libro, Nadie en casa, yo decidí hacer una poética de la cotidianidad que, digamos, me sedujo cuando leí algunas escritoras como Rosario Castellanos, como Sylvia Plath, el mundo de la domesticidad. Y entonces, tú aludías ahora hace un ratito a que esas mujeres mías no están en la calle trabajando sino que encuentran, digamos, hasta cierto punto una capacidad de trascendencia en los pequeños oficios domésticos; es muy raro, porque yo lo que quise siempre no fue ser un ama de casa, sino una persona de afuera, y así, de alguna manera, ha sido mi vida: todo el tiempo trabajando, desde que me acuerdo; pero me parecía y me sigue pareciendo muy bonito que esas mujeres que tuvieron que asumir la cotidianidad, la domesticidad porque el mundo les negaba la posibilidad de la calle, la posibilidad del afuera, convirtieran eso en una posibilidad de amor, por decirlo así, pues pienso en mi madre, pienso en mi abuela que hicieron del cuidado de la comida, del cuidado de la casa, de la belleza del entorno, como el asidero; por ejemplo, mi mamá que era maestra y que no pudo seguir siendo maestra porque al casarse le tocaba irse para su casa, me parece que hay ahí una instancia de trascendencia. Ahora yo siempre tuve una obsesión con la cuestión del cuerpo por una razón muy sencilla y es que yo fui una niña que somatizaba todo, entonces a los 13 años tuve una úlcera duodenal; me acuerdo de que me hicieron una endoscopia sin anestesia, que es una cosa brutal; me acuerdo de que me tenían mientras me entraba esa sonda y que yo tenía esas náuseas. Fue una cosa brutal. A los 16 años estuve interna en la clínica de Marly por esa úlcera; y era una niña sumamente ansiosa, es decir, era la ansiedad la que me estaba causando todas esas cosas, entonces la poesía fue una salida. La escritura fue siempre una recompensa, una manera también de trasponer mis cosas y distanciarlas y de alguna manera controlarlas; entonces yo escribo un primer libro que es un poquito naiff, digámoslo así, yo no sabía mucho de poesía, lo publiqué muy tarde, pero lo estaba escribiendo desde muy temprano; es una recopilación de poemas de 10 años, que es mi primer libro De círculo y ceniza. Luego escribo un libro sobre Nadie en casa, la cotidianidad y los afectos. Luego escribo un libro sobre la casa que es El hilo de los días con el que me gané el premio nacional, muy influida estaba por Eliseo Diego y por algunos poetas latinoamericanos. Y luego escribo un libro sobre el cuerpo, decididamente sobre el cuerpo, que se llama Ese animal triste, que tiene que ver con una frase que no sabemos si es de Erasmo o es de la Biblia -se la atribuyen a Erasmo, pero yo nunca la he podido encontrar- que es “después del coito, el hombre es un animal triste”. En ese momento yo rechazaba mucho la idea que tenían preconcebidamente los hombres y, algunas veces, las mujeres de que la poesía femenina era por naturaleza erótica; eso me mortificaba, entonces, esa manera de asumir el cuerpo en ese libro, ese animal triste, fue diferente. También apareció ahí una voluntad de narrar por primera vez o empiezan mis libros a hacer una curva, que es como narrativa -eso después lo iba a decir Darío Jaramillo, fue el que me lo hizo ver- entonces, el libro comienza con el acto de la gestación, digamos, el coito, luego entonces, el nacimiento, el bautizo, aparece la menstruación, aparece ya el amor, la enfermedad y la muerte. Digamos que hice toda esa curva y me apropié, por decirlo así, del tema del cuerpo ya verdaderamente. Luego el cuerpo aparece muy poco en mis otros libros; claro, no hay poesía posible sin alguna corporeidad, pero ya no es un tema del que me ocupe de una manera muy concreta. Tal vez en una novela que se llama El prestigio de la belleza que hablo de una niña que a su mamá no le parece bonita, y todo lo que esa niña hace para afirmarse ante la mirada no aprobadora en un mundo donde la belleza es un requisito absolutamente fundamental. Yo creo que las mujeres hemos experimentado eso en general, ese juicio crítico desde que somos niñas de si es bonita, regular, es muy graciosa que quiere decir no es bonita, todas esas maneras de evaluarnos rápidamente, pero, además, yo soy antioqueña y en la sociedad antioqueña eso es una cosa súper exacerbada, y tiene que ver con otras cosas muy duras, es decir, hay racismo incluido también en eso, entonces en ese libro yo volví al cuerpo a través del tema de la belleza. Pero no podría decir como afirmas tú tan contundentemente que la mía es una poética del cuerpo. En algún momento me interesé mucho por el cuerpo y ahorita pues la prueba es que eso es lo que voy a escribir; dicen que uno escribe un solo libro a lo largo de la vida porque tiene unas obsesiones, y esas obsesiones en mi caso, han sido, pues clarísimas: el tema de la infancia, el tema por supuesto del amor, que yo creo que no hay poeta que escape a eso, el tema del cuerpo, y en los últimos tiempos, a fuerza de lo que me sucedió, pues la muerte, el suicidio, el duelo, la locura.

 

Santiago

Tienes un verso que dice “pido al dolor que persevere” que es como una poética, como una resistencia; la poesía es el lugar en donde de alguna manera los muertos, los fantasmas siguen hablando y siguen persistiendo y nuestra forma de resistir es abrir los ojos ¿no? Antes de preguntarte por el poema, me gustaría mucho que hablaras sobre este libro, Los habitados, que es tu último libro de poemas. Por supuesto, muchos de ustedes habrán leído Lo que no tiene nombre; Los habitados es como su reverso íntimo, por decirlo de alguna manera, y es mi libro favorito de Piedad. Cuéntanos un poco sobre este libro, cómo fue la escritura, cómo funcionan estas dos bisagras: de un lado, este mundo de la enfermedad mental y del otro, las cartas que le escribes a Daniel.

 

Piedad

Como yo ya había escrito Lo que no tiene nombre dije no quiero perpetuarme en el lamento por un hijo, y decidí hablar de todos los que han sufrido la enfermedad mental, el encierro, la tortura; porque ese encierro era siempre torturante. A mí la revista Soho, con Daniel Samper, me había mandado a hacer una crónica a Sibaté. En Sibaté vi las cosas más aterradoras; vi ancianos que estaban ahí desde los 6 años, me enteré de que a los niños sordomudos de Sibaté los habían recogido hacía 35 años y los habían metido a un sitio donde no había sino enfermos mentales. Oí los relatos de los que estaban ahí, alguno que me habló -me imaginé que era como una fantasía acerca de la locura- que los extraterrestres habían venido, le habían quemado las entrañas. Oí historias verdaderamente muy dolorosas. Y entonces decidí hablar sobre esa, digamos, colectividad. Y escribí sobre el manicomio, hablé de los que han estado enfermos. También puse a hablar a Daniel desde su dolor. Hablé, por ejemplo, de los oficios de los que tienen que recoger los cadáveres. Hay un verso de Juan Calzadilla que dice “mas alguien debe hacer el resto”; me imaginé, pues, porque Daniel cayó, que alguien lo vio caer, alguien llamó a la policía; y luego lo destazaron literalmente, porque a las dos horas me llamó una persona a decirme si yo iba a donar sus órganos, y yo dije que sí y empezaron a decirme cosas inimaginables, como la piel de la espalda, los huesos de las piernas, entonces, Daniel fue deshaciéndose literalmente a mis ojos a las dos horas de muerto. Me remonté a una cosa más amplia que abarca todo el fenómeno del suicida, del que queda, del que limpia, de los que están encerrados, e hice este pequeño librito que se llama Los habitados.

 

 

Santiago

Hemos hablado mucho sobre el mundo de lo masculino, esos personajes tristes, esos personajes frágiles. Este es un poema sobre el mundo de lo femenino, se llama Cocina y yo creo que es un poema realmente excepcional, en donde ya parece haber como un después y la capacidad de esas mujeres para sostener el vacío con las manos.

 

Piedad

Esto nació exactamente de una experiencia concreta: a mi casa fue una persona conocida que había perdido su niño de 9 años, y nos sentamos en la cocina; y cuando se fue, se me ocurrió escribir este poema.

 

 

Santiago

A propósito de la cocina, Piedad, este poema activa de alguna manera tu más reciente novela, que comienza precisamente en la cocina, y se llama Qué hacer con estos pedazos.

 

Piedad

Yo había pensado escribir un cuento sobre la remodelación de la cocina y de pronto se me iluminó que más bien eso era una metáfora para un mundo en descomposición, en destrucción, y volví al tema de la familia que es otro de los temas recurrentes en mi literatura, y eso lo escribí en pandemia. Estábamos muy metidos en las cocinas, ¿no? Estábamos abriendo un montón de cajones y descubriendo cosas que no habíamos visto hacia tiempos y nos dio la ordenadera pues no teníamos mucho más que hacer, y además estábamos en enclaustramiento; es decir, era un mundo asfixiante porque literalmente nos faltaba el aire de afuera, pero adentro estaban pasando muchas cosas y entonces se empezó a hablar de mucho maltrato intrafamiliar y los matrimonios se separaban y parece que en Japón hubo un montón de divorcios después de la pandemia, y me imagino que en todas partes sino que los japoneses llevan estadísticas mejores que nosotros. Y entonces a mí se me ocurrió recrear ese mundo. Esa novela toca muchas cosas; el eje es esa cosa que parece un poco insulsa de la cocina en remodelación, pero ahí toco temas muy importantes como cuánto no sabemos de los otros. Yo me acuerdo de que mis padres -que están vivos los dos, pues yo no los podía ver- se contagiaron de Covid allá con sus enfermeras y yo dije se van a morir, y empecé a pensar cuántas cosas no sabía sobre todo de mi padre; cómo no le había preguntado nunca cosas sobre la infancia, pensé cómo dejamos pasar la gente a veces y no la indagamos. Empecé a pensar, también, en todos los dolores del envejecimiento verdadero que es el de la gente que está más allá de los 80, pero también en cómo nos estábamos envejeciendo ahí. No sé si les ha pasado que después de pandemia ven gente que parece que hubieran pasado 10 años, que se envejeció profundamente. Creo que todos nos envejecimos un poquito. Entonces empecé a armar el territorio de las relaciones familiares, del cuidado; que a las mujeres por la derecha nos han atribuido el deber del cuidado de los ancianos y los hombres que no aparecen, o sea, el hermano que medio aparece pero que finalmente la responsabilidad está siempre con las mujeres. Todas esas cosas empecé a preguntármelas y de ahí salió Qué hacer con estos pedazos.

 

Santiago

Yo siento que este es un poema en donde uno dice, bueno, después de tantos libros, después de tantos poemas aparece esa definición de la ambivalencia, esa idea de decir que lo terrible está en el borde, ese equilibrio extraño y maravilloso que tú tienes en una poesía que lo dice todo, pero calla, que nos habla de las cosas más dolorosas y terribles que nadie nombra, pero al mismo tiempo lo dice con parquedad y con sequedad, como si de alguna manera la verdadera poesía estuviera del lado de los que sobreviven. El verdadero drama está del lado de los que miran en el borde y no necesariamente de los que saltan o se van. Léenos este poema y pues, por supuesto, cuéntanos cómo lo escribiste, cómo encontraste este poema.

 

 

Piedad

Yo estaba escribiendo Los habitados y pues la imagen que me perseguía siempre es la de Daniel tirándose. Es decir, una madre se pregunta -o cualquiera que haya tenido alguien muy querido que haya escogido esa forma de muerte- ¿cómo es eso? ¿qué se siente al caer? Mucho tiempo después supe, porque alguien me reveló la autopsia , que había caído de pie, pero uno se imagina que va de cabeza; Daniel corrió y saltó, Daniel tomó impulso, pero yo no quise usar esa imagen en algún otro poema, lo que me interesaba aquí es el momento de la decisión. Tanta gente que está parada, que la hemos visto en los puentes, pegado a la ventana, y que la gente le grita que no; el momento en que escoge si echa para atrás o de verdad da el salto, entonces, por eso lo terrible es el borde, no el abismo, porque el abismo es la liberación; y también esos versos finales… Yo digo hombres como lo decía Shakespeare; él usaba mucho esa imagen de un hombre para decir un elogio, ¡es un hombre! “Nunca somos más hombres que cuando el borde quema nuestras plantas desnudas”. Quiero decir toda la fragilidad y también toda la capacidad de la voluntad o del deseo, o de la autodeterminación que hay ahí. “Nunca estamos más solos. Nunca somos más huérfanos”. Porque siempre me ha impresionado esta idea de la cual habla Jean Améry: si el suicida piensa en aquellos a los que quiere, no sería capaz de tomar la decisión; es decir, tiene que desprenderse y no pensar que está abandonando o que está traicionando, y como madre yo también siempre he tenido claro que eso no fue un abandono; puede que a veces con historias muy particulares sea una manera de decirle algo a la madre, pero en general es que está tan solo el suicida, que es verdaderamente huérfano; ya no tiene raíz, ya no tiene sino futuro. Y solo me acuerdo de la sensación de estar escribiendo este poema y de pensar que estaba escribiendo algo muy fundamental para mí, y me acuerdo de que terminé y se lo mandé a un amigo, que tenía la necesidad de compartirlo, de que otro leyera y me dijera con sus ojos cómo le parecía, pero no recuerdo nada más. Uno recuerda muchas veces las circunstancias específicas de un poema, cuál era la idea que lo perseguía, aquí pues solo como la iluminación de la idea. El borde, “lo terrible es el borde, no el abismo”. Cuando uno tiene ya el primer verso, el poema ya arrancó, ya se fue, ya eso es irreversible, tiene un ritmo, tiene una idea, va hacia un punto. Ahora se trata es de escribirlo; ni más ni menos.

 

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

es_MXSpanish