El Bufón y la Noche
Por Blas Estévez
En los bordes del río, sentado con los codos apoyados sobre la mesa estaba el Bufón. El vaso de vino acompañaba su mirada que se filtraba por la ventana del bar y se mezclaba con el agua. El Bufón conjuraba nuevas hazañas cuando de golpe se abrió la puerta: la Noche, toda perturbada, entraba abruptamente… Lo andaba buscando.
La Noche entró, lo miró con ojos de petróleo y, casi corriendo, toda chiquita, como desesperada, se sentó en frente y le clavó la mirada en los ojos, bien de cerca. Se miraron… como sólo se saben mirar el Bufón y la Noche. Se miraron hasta el fondo y el Tiempo, todo intimidado, se escurrió hacia un rincón para echarse como un perro. Así quedaron, de ojos fijos, hasta que la Noche, ese cemento negro, derribó sus últimas rabias sobre el mantel porque andaba de malas y se decidió a hablar. Mirando el río por la ventana le dijo, de soslayo:
-¿Usted vio lo que le sucedió a nuestro amigo el libro?
El Bufón, con ojos de riel seguía mirándola fijo; terminó el vaso despacito y dijo:
-Digamé.
-Si usted se fija amigo Bufón, el libro nos traicionó. Mire usted ¿cuál es el vínculo entre el ser humano y Dios?
El Bufón la interrumpió y le dijo con calma:
-¿A qué Dios se refiere Noche amiga?
-Pero no importa cual Dios Bufón, si son todos más o menos iguales. ¿No andan siempre insatisfechos y todos reclamantes? Mire, entre ese Dios cualquiera sea y el humano cayó un libro y ese libro ladró todas las órdenes que se le ocurrieron. Y el humano ¿acaso usted no lo notó? Se achicó de a pedacitos hasta asentir con pastosa obediencia todo lo que se le ordenaba. Y el libro ese nos obligó a vivir entre los ladrillos de su moral, nos atrapó en el alambre de sus caprichos…
Quedaron en silencio por un momento. Pero la Noche, toda infinita ahora, siguió:
-Además ¿usted no vio que las letras son las celditas de las constituciones hipócritas que prometen todo y no dan nada?
¿y qué me dice de los tratados de los tiranos?
¿o de la relojería gramatical de la burocracia?
¿o del espanto de las estadísticas?
¿o de las mentiras de hierro de los comensales del poder?
¿o la lujuriosa contabilidad de los tesoreros?
Acaso, Bufón ¿no está todo escrito en libros? Fíjese, las letras nos traicionaron… los libros nos traicionaron… las bibliotecas nos traicionaron.
El Bufón que sabía de paciencias la dejó decir. Mientras tanto le contaba las estrellas rojas que le titilaban en su negra piel. Y la Noche siguió:
-¿Y todas esas estatuas, repartidas por todos lados que gritan una ética de aceite que más tarde, más temprano algún monstruo de la burocracia, todo chorreante de monedas escribirá en códigos que luego lustrará con degenerada pasión?
¿y las mandíbulas de los políticos y sus propuestas de arena hedionda?
¿y las venenosas arañas de los códigos de trabajo?
Usted, Bufón, ¿no ve todo esto?
El Bufón que había escuchado bien y que tenía paciencia pero también sabía dejar de tenerla, la paró en seco pero sin perder la amabilidad; lo hizo tranquilo. Apenas con un gesto.
-Noche amiga, ¿usted se olvida de que en las letras también viajan las esperanzas de los olvidados? En letras, Noche extensa, se escribieron también los dignos planes para existir guerreando contra la canallesca ferretería del orden. ¿No habitan en los libros las resistencias y el brillo incorruptible de la impertinencia o el encanto de la rebeldía? ¿no son los libros el vínculo que generaciones desaparecidas nos legaron? El libro, Noche, también es el pasto de esos que eligen no ser un pedazo gris de un mundo que todo lo equilibra menos sus desigualdades. ¿O usted se olvida que los pobres tiranos adoptan por costumbre esconder las letras que no favorecen a sus oscuros proyectos?
Noche amiga, aunque las letras están marcadas con esos hachazos de vergüenzas que usted bien recuerda, aunque sean usadas por botas dolorosas, por los cheques de la lástima bancaria, aunque administren legajos de presos o trafiquen con sonrientes empresarios, las letras siempre esconden su mechita prendida. Yo las he visto arder cuando no convenían a los intereses de oligarquías cáusticas. Las he visto enterrarse. Las he visto escondidas en baúles mohosos por peligrosas. Las he visto pudrirse antes de comparecer de rodillas ante los gobernadores de la pena. Pero también las he visto torcer cruces, doblar o inflamar fusiles, tramar revoluciones… Quisieron conquistarlas, es cierto, pero no es menos cierto que ellas resisten. Por eso, amiga Noche, las bibliotecas pueden ser lo que usted dice, pero que la caverna del olvido no la seduzca con eso de que las letras nunca escapan de los alambres de los miserables. No lo olvide amiga mía, en el libro también está la posibilidad de un mundo nuevo.
La Noche, que lo miraba y lo llenaba de oscuridad, casi se vuelve día de la sonrisa que le tajeó la cara con esas letras que arrojaba el Bufón quien, con ánimo de cerrar la conversa, dijo:
-En los libros también se apretujan las bellezas que podemos ganarle a nuestros enemigos. ¿O se olvidó lo que dijo Haroldo Conti? ¿no fue Conti, nuestro amigo, el que dijo que había que producir más belleza que los enemigos?
-¿Pero qué belleza es esa Bufón? Se animó a interrumpir la Noche.
-Es la belleza que anda enojada con un orden social hecho palmo a palmo de canallesca materia. Enojada y alegre, Noche… enojada y alegre.
El Bufón se quedó pensando… Las bibliotecas son esos huequitos del mundo que se resisten a que todo se desmorone en los bolsillos hipócritas de los señores del poder…
La Noche se fue y lo invadió todo según su negra costumbre. El Bufón sacó un libro del bolso y comenzó a tramar con hilos de poeta lo que le tocaba en suerte en la construcción de ese mundo otro. El Tiempo que seguía acostado en el rincón como un perro, lo escuchó todo.