El sendero estrecho del acontecimiento colombiano
Por Pedro Karczmarczyk
Es la noche fría de un domingo en Argentina, a la sazón del día del padre. Es decir, reunión familiar y secuelas de un almuerzo con una sobremesa demorada. Algunas visitas se van y otras quedan cuando la oscuridad temprana de la noche invernal me lleva a pensar en Colombia, en el ballotage. Encuentro pronto la noticia. La comparto en algunos grupos de whatsapp y con algunos amigos queridos. Me queda alegría todavía, lo comento en casa, sonreímos, nos prometemos un brindis en la cena. Recuerdo de repente que en las últimas elecciones argentinas, a poco de conocerse los resultados, recibí un llamado de Justo, emocionado, con su retórica encendida: “Tú sabes mi hermano que ésta es una sola patria, que desde aquí sufrimos y palpitamos con ustedes”. Sus palabras me quedaron resonando aunque entonces yo ya era bastante escéptico respecto de Alberto Fernández. Las tomé como una medida de lo que podría ser, y puesto que he leído algo de filosofía, reconozco rápido que lo que es es también lo que podría ser y lo que no podría ser. Poco después de asumir Alberto, Evo y García Linera salvaron el pellejo gracias al asilo del gobierno argentino. En mi soliloquio me acuerdo de Justo, de la emoción y de la convicción siempre intensa que recorren sus “Tú sabes mi hermano”. Llamo por fin a Justo que me atiende sin demora. “Ahora comienza lo difícil” me dice, momentos después de que se ha realizado lo imposible. Conversamos y me dejo llevar por los meandros de su discurso, desfilan ante mí Bolívar, San Martín, Gaitán, Chávez. Intento no robarle mucho tiempo para dejarlo festejar con los suyos.
Justo me dejó de buen humor. Llamo ahora a Miguel Ángel, que me cuenta otra historia, la de los análisis previos, de las consultoras. Miguel Ángel está visiblemente orgulloso por un documento que publicó en 1999 con Héctor Peña sobre el “Pacto histórico y multitud constituyente”. Conozco a Miguel Ángel desde 2008, a través de Dieter, un profesor alemán residente en Canadá, casado con una exiliada colombiana, existencialmente atravesado por las vicisitudes de este país. Con Miguel Ángel mantenemos el vínculo desde entonces, siempre lo he visto comprometido con un tipo de análisis político que desemboca en unos vectores que confluyen en la arena política: paz y democracia de los subalternos, nueva constituyente, la multitud y lo glocal, etc. El artículo de 1999 tocó algunos hilos sensibles de la coyuntura, difíciles de discernir entonces. Mi amigo se ganó el derecho a sentir que se le cumple un sueño. Estuve en Colombia con él dos veces, en los Seminarios Gramsci, en uno de ellos conocí personalmente a Petro, quien me dejó impresionado por una capacidad oratoria enorme alimentada por copiosas lecturas. Miguel Ángel estuvo en casa unos días en 2018. Recorrimos la ribera del Río de la Plata y conversamos largamente, nos contamos respectivamente algunas de nuestras historias. Miguel Ángel tiene una estampa de otro tiempo, algo que me hace pensar en Alfredo Palacios, flaco, alto, elegante y coqueto, tan convencido de lo que hace tanto si lo sigue una multitud como si está con unos pocos. Si bien es siempre muy crítico, hoy está sólo contento. Le pregunto por Aura María, “la flor más linda de la militancia maoísta de los setenta” me supo decir una vez Miguel Ángel, y por la bella Ángeles, la hija de ambos, que sintetiza como nadie moda y política a través de “Manifiesta”, un emprendimiento en el que participan ex guerrilleros y guerrilleras de las FARC y que, a juzgar por lo que veo en las redes sociales, funciona la mar de bien. “¿Contentas?” le pregunto, “Y hasta que están llorando” me responde. Mando saludos para Juan Carlos y para los demás, que resultan estar en los festejos, en el bunker de Petro, aunque estoy seguro que él no usó esta palabra propia del lenguaje político argentino.
Llamo ahora a John Jairo, es decir, dejo a mis amigos de Bogotá y paso a Cali, donde los vientos políticos eran más favorables al Pacto histórico. Francia Márquez es enormemente popular allí. Cali fue uno de los centros de las últimas revueltas colombianas. Dirigí la tesis de John Jairo en el Doctorado de ciencias sociales de la Universidad de La Plata. Tuvimos entonces la oportunidad de tener largas charlas, sobre su tesis, naturalmente, pero también acerca de Colombia, sobre la cual, debido a mis charlas con Dieter primero y luego con Miguel Ángel, yo tenía ya ciertas ideas difusas y una curiosidad instalada. John Jairo es raramente moderno y autóctono. Contador de formación, científico social por elección, John Jairo estudia el discurso del management, la manera en que este discurso poderoso se desparrama en otras áreas de la vida social configurando algo así como su gramática. Así puede mostrar cómo enunciados que hablan sobre la educación, la pobreza, la salud, o incluso la religión, están en realidad escritos en lengua gerencial. John está exultante, pronto a partir hacia los festejos, pero su alegría pasa también por la palabra, por compartirla, y es así que conversamos un buen rato. Le pregunto por los últimos días de la campaña, por el hashtag @hernandezcobarde, me menciona a un argentino que asesora a Hernández vinculado Durán Barba, le comento que escuché que antes asesoraba a Petro y le prometo enviarle el podcast donde lo escuché. Ahora caigo en la cuenta de que todavía estoy en falta. Sobre el filo de la charla John me pide que escriba una nota para un espacio en internet que coordina. Le prometo que voy a intentarlo, voy a intentar cabalgar en el entusiasmo de mis amigos, pero esto no se lo digo, hasta ahora.
Los días pasan atiborrados, me quedo sin dormir un día preparando una presentación, abordo cuestiones familiares y laborales, administrativas, hasta este miércoles relativamente tranquilo, que anuncia que mañana o pasado se va a desatar otro vendaval. Tengo que concentrarme e intentar ser efectivo. Primera constatación, no puedo escribir un análisis porque todo se me escapa. Hago un recuento de lo que sé sobre Colombia. Sé de Jorge Eliécer Gaitán, de oídas y de leídas, también pasé por el lugar donde lo asesinaron al calor de una marcha por las calles de Bogotá en 2019 donde una multitud pedía que se respetaran los acuerdos de paz, que la derecha fulminante colombiana deponga su hostigamiento una vez que los grupos armados de las FARC hicieron su dejación de armas. La palabra “dejación” no deja de sonar en mis oídos, es como un barrio prohibido, como una zona de una ciudad en la cual, por un motivo u otro, no me aventuro. Así es como suena el habla colombiana en mis oídos, consciente de que no la he frecuentado tanto como para distinguir lo que es enfático y lo que no lo es, pero sin poder impedir que algunos resortes del sentido se disparen, automáticos ellos. Es decir, sé de los orígenes lejanos de la guerrilla surgida por la frustración de los campesinos por lo que me impresiona que podría haber sido un peronismo colombiano, o alguna otra cosa diferente, mejor o peor, el gaitanismo, un reformismo ligado a un gran líder que podría haber dejado efectos profundos en la historia del país. No se equivoca Vargas Llosa en sus Tiempos recios acerca de que la cerrazón obstinada de las oligarquías autóctonas y del imperio hacia cualquier reformismo, aunque sea tibio, están en el origen de las guerrillas latinoamericanas, aunque Vargas Llosa hace este reconocimiento para encapsular la historia en el error cognitivo de los que mandan, quitándole a ésta su carácter de moneda que gira en el aire, atenta a las desviaciones ínfimas, quitándole a la historia lo que tiene de kairós, incluso si no se pasa por la ventana abierta. Nuevamente el tema de que lo que es es lo que es, pero también lo que puede ser y lo que no puede ser. Conozco también la experiencia de la Unión Patriótica de los años ochenta, cuando guerrilleros que dejaron las armas pasaron a la acción política, con un éxito relativo y sé de cómo fueron eliminados. El ejemplo sirve para ilustrar la idea de la “pedagogía del millón de muertos” de la que habla Santiago Alba Rico y para evocar el fastidio que causa que este hecho y este concepto estén ausentes de las ciencias políticas latinoamericanas.
Leí también el informe de François Houtart de 2007 sobre el desplazamiento forzado en Colombia, Dieter me lo hizo conocer al venir por segunda vez a la Argentina, había formado parte de la comisión encargada de hacer la investigación y estaba visiblemente conmovido por lo que había visto y oído. Dieter, un hombre mayor, un poco menor que mi papá en todo caso, se le parecía físicamente, salvo que mi papá no era un filósofo progresista hijo de un oficial alemán, ni se había criado como Dieter en la intemperie de la guerra. Dieter veía en la revuelta juvenil europea de los sesentas la rebelión personal de muchos ante la autoridad parental inevitablemente quebrada. De esta manera, sin proponérselo, daba una clave, distinta de la tesis de Vargas Llosa, para entender a las organizaciones revolucionarias armadas en Europa, particularmente fuertes en Alemania y en Italia, a las que Dieter, que había hecho su doctorado con Gadamer para abandonar poco después a los griegos por las ciencias sociales, o más precisamente a Gadamer por Habermas, y a Alemania por Canadá, no les tenía ninguna simpatía. Pero alcanza con ver, por ejemplo, la extraordinaria película “Portero de noche” de Lina Wertmüller, curiosamente una italiana filmando en Viena sobre el trasfondo de la desnazificación operada en el mundo alemán de posguerra, para entender el malestar que le generaba ese universo político-cultural a una generación que no quería tragarse semejantes sapos.
Pero el informe de Houtart daba una idea de un orden distinto del drama colombiano, la realidad colombiana, el conflicto que revelaba era otra cosa, algo más sistémico y profundo, irreductible a su génesis y sistémico en el sentido de que no podía reducirse a decisiones individuales en ningún sentido relevante. Houtart enlazaba las dos cosas que he reclamado saber sobre Colombia para trazar un arco que da una medida del drama enorme de esta sociedad: millones de desplazados que llevan a pensar en una fabulosa acumulación por desposesión, en el capitalismo repitiendo una y otra vez sus orígenes, una cantidad de desaparecidos que causa escalofríos, un conflicto armado larguísimo, cifras récord en sindicalistas asesinados y activistas sociales muertos u hostigados. Colombia quedaba para mí atada a un interrogante, ¿Cómo salir de esa encerrona en la que todo parece indicar que, como a los madereros de San Juan, a los colombianos, cuando piden pan, les dan plomo?
Los colombianos y las colombianas parecen sin embargo atisbar una salida, ahí está, creer o reventar, el acontecimiento del domingo pasado. La cultura política de izquierda en Colombia se reveló lo suficientemente vital como para imponerse en las elecciones, valiéndose de méritos propios y de los errores de su adversario. “Se ganó” emerge como un enunciado tan imperioso como ambiguo. ¿Qué se ganó? y ¿quién lo ganó? son los interrogantes lacerantes que el nuevo gobierno y el pueblo colombiano tendrán que dirimir recorriendo un camino estrecho en el que en una vereda está la tentación de negar el equívoco del acontecimiento, de creer que haber ganado el gobierno es haber alcanzado el poder, y en la otra, la tentación paralela de negar el acontecimiento mismo, la tentación de creer que puesto que ganar el gobierno no es ganar el poder, entonces no ha pasado nada. Sepan los colombianos que, como me dijo Justo esa vez, el resto de los latinoamericanos sufrimos y palpitamos con ustedes, que lo que pasa allí nos corta el aliento, porque sabemos que por el sendero estrecho del acontecimiento que se abrió el domingo pasado desfila nuestra suerte común.
23/6/2022
* La imagen fue seleccionada por les editores del blog. Fuente: pulzo.com
Que lindo y solidario este escrito.
Soy de acuerdo con Claudia A. (y mas), dado que Pedro ha sido un muy bueno amigo mio, recibiendome en su casa en La Plata, cuando trabajamos juntos en filosofia politica/teoria social.
Tambien mi companera, Amparo , aprecia mucho este escrito de Pedro. Ella es Colombiana .Tenia que irse de Colombia hace muchos anos, cuando se encontro perseguida por el paramilitarismo.
Dieter Misgeld. Toronto. Kanada