La lectura de un cuento de Borges desde el ángulo contable
Por Driver Ferney Ramírez
En un cuento de Borges titulado “El idioma analítico de John Wilkins”, se encuentra una reveladora manifestación: “no hay descripción del universo que no sea arbitraria y conjetural. La razón es muy simple: no sabemos qué cosa es el universo”.
Borges llega a esta reflexión después de analizar la propuesta de John Wilkins, publicada en 1668, de dividir el universo en cuarenta categorías. Para alcanzar su cometido, Wilkins crea un sistema de abreviación que empezaba con un monosílabo de dos letras. Así, la palabra llama (fuego) podía reemplazarse por el código “deba” que tenía la siguiente jerarquía: “de” que hacía referencia a un elemento natural, “deb” cuando se hablaba del elemento fuego y “deba” para nombrar a la llama como una porción del elemento fuego.
Esta iniciativa de clasificar el universo se podría conseguir, a juicio de Wilkins, a través de la creación de un lenguaje universal. Relata Borges que en esta empresa de un lenguaje único también se involucró Descartes, quien hacia 1629 “había anotado que, mediante el sistema decimal de numeración, [se podía] aprender en un solo día a nombrar todas las cantidades hasta el infinito y escribirlas en un idioma nuevo, […] análogo, general, que organizara y abarcara todos los pensamientos humanos”.
Sin embargo, descubre Borges que el procedimiento de Wilkins presenta contrariedades. En su tratado, Wilkins ubica la belleza en la categoría decimosexta y de ella dice, entre otras cosas, que es un “pez vivíparo, oblongo”. Para Borges esta clasificación está llena de ambigüedad, percepción que lo lleva a recordar la clasificación de los animales que se encontraba impresa en una enciclopedia china. En esta enciclopedia los animales podían ser: “a) pertenecientes al emperador, b) embalsamados, c) amaestrados, d) lechones, e) sirenas, f) fabulosos, g) perros sueltos, h) incluidos en esta clasificación, i) que se agitan como locos, j) innumerables, k) dibujados con un pincel finísimo de pelo de camello, l) etcétera, m) que acaban de romper el jarrón y n) que de lejos parecen moscas”.
En la asociación que hace Wilkins sobre la belleza y los peces, y en la asociación que hace la enciclopedia china de los animales, se refleja un completo desorden. Se trata de un desorden que pone en evidencia la pérdida de la función denotativa y clasificatoria del lenguaje, lo cual genera una serie de arbitrariedades que impiden interpretar o percibir lógicamente las situaciones de la realidad.
Borges se basa en esas ambigüedades para considerar que no existen descripciones del universo desprovistas de arbitrariedad. Sobre la misma línea argumentativa, Bauman explica que existe ambivalencia cuando un mismo objeto o suceso puede ser referido a más de una categoría.
Plantea Bauman que el lenguaje, a través de la función denotativa-clasificadora, “tiene el objetivo de evitar la ambivalencia” y por ende se encarga de crear un amplio archivero que contenga todos los términos requeridos para nombrar las cosas y los sucesos. Sin embargo, resalta Bauman, los archiveros que crea el lenguaje siempre están indeterminados y por eso la ambivalencia siempre será inevitable.
Para clasificar se debe incluir y a la vez excluir algo, por eso, para Bauman, “la ambivalencia es un producto colateral del trabajo de clasificación”. Dice Bauman que la clasificación, y con ello la ambivalencia, promueve actos de violencia porque en toda operación de inclusión/exclusión habrá unas entidades que serán tenidas en cuenta y otras que quedarán ninguneadas, por consiguiente, toda clasificación requiere “cierta cantidad de coerción”.
Finalmente Bauman, en una cita que a mi juicio recoge la idea central de Borges, plantea: “la ambivalencia puede ser combatida sólo con una denominación que sea más exacta y clases definidas con mayor precisión; […] con operaciones que exijan […] diferenciación y transparencia al mundo, lo que a su vez da ocasión a nuevas ambigüedades”.
De esta manera, la creación de más archiveros irá a su vez creando más ambigüedad. Es tan arbitrario el mundo del orden como lo es el mundo del desorden. ¿quién dice que la clasificación de la enciclopedia china no pueda ser un reflejo fiel de los animales? ¿por qué creemos que desde nuestra estructura sí existe la suficiente ilustración para saber qué clasificación está bien y qué clasificación está mal? La arbitrariedad está a flor de piel porque al fin y al cabo todavía no sabemos qué cosa es el universo.
Siguiendo con Bauman, el mundo despertó un deseo de orden cuando entró a la modernidad. Descartes y John Wilkins son de este periodo de la historia. El orden comenzó a reflejar mayor control y por eso fue necesario crear una idea de orden que pudiese vincularse con dimensiones políticas y sociales. El orden dejaría de ser natural para pasar a ser una construcción, una “presión semántica contra la ambivalencia”.
Las demarcaciones entre lo que es y lo que no es comenzaron a ser las preocupaciones de las prácticas modernas de los científicos y los administradores. Esto es así porque, según Bauman, la fragmentación del mundo es la que justamente permite su manipulación, de ahí que la actividad de inclusión/exclusión se geste en medio de poderes coercitivos y por medio de actos de violencia. Esta separación es la que le permite a los administradores saber que los objetivos se alcanzan, pues actúan desde un orden establecido que previamente ha expulsado el caos de su carácter denotativo.
La ambivalencia es un desafío a la clasificación, lo que la convierte, en palabras de Bauman, en “el desecho de la modernidad”. Lo que queda por fuera o asociado a más categorías, lo ambivalente, genera desechos. “La maleza es el desecho de la jardinería; los barrios [pobres] el desecho del urbanismo; la disidencia, el de la unidad ideológica; la herejía, el de la ortodoxia; la extrañeidad, el de la formación estado-nacional. Son desperdicios […] son la combinación prohibida de categorías que no deben mezclarse. Merecen la sentencia de muerte por resistir la separación”.
Como resultado de la revolución científica positivista, el mundo está ahora fragmentado en un sin número de clasificaciones, todas arbitrarias por su propia naturaleza denotativa-clasificadora. Esta reflexión la he tenido en mente durante los últimos años y en el momento que estaba más cautivado y avanzaba en las lecturas de Bauman, me encontraba cursando el primer semestre de la maestría en contabilidad y justo por esos días iniciábamos un curso sobre international financial reporting standards (IFRS) para empresas del grupo 1.
El profesor expuso lo central del marco regulatorio internacional y luego se centró en el extensible business reporting language (XBRL). Cuando llegó a este último punto sus expresiones se hicieron más rígidas y su tono de voz se hizo más profundo, como si estuviera hablando de un tema que todo ser humano tenía que conocer, como si se tratara de una ley universal. Mejor dicho, para el profesor, ¡quien no estuviera al tanto del XBRL no tenía derecho a seguir viviendo!
Bueno, no es para tanto, pero sí dijo que, y lo recuerdo textualmente, “en una economía globalizada ningún contador podía considerarse como tal si no aprendía el lenguaje de reporte financiero”. Resalto la palabra lenguaje porque era la que más utilizaba. Parecía obsesionado, estaba ubicado en un trance que claramente solo disfrutaba él. Recuerdo que en ese momento un compañero del curso le preguntó “¿cómo así que no podemos considerarnos contadores si no entendemos el XBRL? Yo llevo muchos años sin detenerme en eso y aquí estoy con 30 años de experiencia, ¿no es muy apresurado decir lo que está diciendo?” Esa pregunta le bajó el ánimo al profesor.
Lo que explicaba el profesor sobre el XBRL consistía en la exposición de todos los códigos que debían tenerse en cuenta para definir la taxonomía desde donde se iban a clasificar los recursos monetarios de una organización. Esto mismo se venía trabajando por quienes enseñamos contabilidad a través de la exposición de la jerarquía de cuentas, que consiste en un listado que inicia con una cuenta de un dígito a la cual le llamamos clase y luego se divide en cuentas de dos dígitos denominadas grupos y así hasta llegar a las cuentas auxiliares que contienen entre seis y ocho dígitos. Así pues, aunque el XBRL era un tema sobre el cual debíamos prestar atención, la mayoría pensamos en ese momento que no era necesario tanto show (además, nadie trabajaba o tenía vínculos con empresas del grupo 1, que eran las empresas más grandes de Colombia).
Su discurso tomaba fuerza porque los textos que mostraba estaban en inglés y porque los códigos que señalaba eran más sofisticados que el simple mecanismo de jerarquía de cuentas. Él creía que se refería a un público lego y que su conocimiento experto en el lenguaje de cuentas lo hacía omnipotente.
Me imagino que esta emoción que sentía el profesor a la hora de explicar el XBRL pudo haber sido la misma emoción de John Wilkins a hora de defender las cuarenta categorías para conocer el universo. Todas estas propuestas totalizadoras tienen efectos tranquilizadores porque crean la ilusión de haber dado respuesta a un cajón vacío de la realidad. Es la felicidad que provoca creer tener el dominio del universo, captar sus sentidos y haber vencido la ambivalencia.
Pero no, la propuesta del XBRL es tan arbitraria como las cuarenta categorías de Wilkins. Esto convierte al profesor en un discípulo de Wilkins, porque se vincula a su empresa de elaborar un lenguaje único y general que pueda dar cuenta de todo. El profesor cree que el lenguaje XBRL es el ordenamiento natural que deben seguir los intentos contables por representar la circulación de la riqueza, muy al estilo de la razonabilidad de comienzos de la época moderna. Omite el profesor la advertencia de Bauman: el orden de la sociedad moderna no es natural, ahora el orden y el control tienen dimensiones políticas y sociales.
El orden del XBRL presenta unas intencionalidades frente al ordenamiento político y social, esto lo hace desde el principio ser un lenguaje arbitrario, ambivalente. En su propósito, adscrito a la lógica del sistema de capital, debe clasificar el universo a través de prácticas de exclusión e inclusión. ¿Qué recoge y qué no recoge el XBRL? Recoge las preocupaciones más puntiagudas de quienes participan activamente en el sistema de capital y excluye los intereses de la sociedad que está por fuera del mercado de capitales. Su forma de operar es coercitiva y por eso tiene fuerza de Ley en los países donde opera.
¿Incluye el XBRL taxonomías para revelar la relación entre las prácticas económicas con el ambiente? La respuesta es sí, pero solo recoge aquellos aspectos ambientales que competen al sistema de capital. A través de dichas categorías se revela el usufructo de la tierra en forma de amortizaciones (activos biológicos), depreciaciones (adecuación de plantaciones) y obligaciones (pasivos ambientales). Esto es apenas una versión contable de lo que la sociedad capitalista hace con la naturaleza, la otra versión, aquella vinculada con los impactos irreparables de la actividad productiva sobre los ecosistemas, queda ninguneada.
Lo mismo con la información contable vinculada a los procesos de trabajo. Solo se revelan las categorías donde se clasifica el costo y el gasto de personal, y las obligaciones y las provisiones que tiene la organización con las personas trabajadoras (en el XBRL se llaman beneficios a empleados). Queda por fuera el reconocimiento de la explotación que hacen los grupos económicos hacia algunas personas con características identitarias específicas: mujeres, afrocolombianos-as, indígenas, personas en condiciones de extrema pobreza, desplazados-as, desposeídos-as, entre otros-as. ¿Y por qué sería importante revelar este tipo de explotación? Porque los resultados positivos de algunas empresas son directamente proporcionales al nivel de manipulación que ejercen sobre personas históricamente excluidas.
Es necesario entrar en conciencia de la arbitrariedad del lenguaje en general y a partir de ahí problematizar las categorías tradicionales que tenemos desde la contabilidad para clasificar los hechos socio económicos. Porque como se ha dicho antes, estas presentan intencionalidades políticas y sociales, y en su interés por lo denotativo-clasificatorio incluye lo que le conviene y excluye lo que considera un desecho, lo que es ambivalente. Promover el pensamiento es darnos cuenta que no sabemos qué cosa es el universo, por lo tanto, repetir como loros, enunciar algo como si se tratara de un orden natural, es arbitrario.